INTRODUCCIÓN

1. El concepto de formación permanente, en el transcurso del tiempo, ha ido profundizándose en la Iglesia.

     Por tener algún inicio podemos mencionar algunos de los documentos más recientes de la Santa Sede, anteriores al Concilio Vaticano II; en ellos se urge la atención particular que hay que tener sobre los nuevos sacerdotes. Entre esos documentos podemos mencionar, sobre todo:

     Pio XII, en el motu proprio Quandoquidem, de  12 de Abril 1949; Exhortación Apostólica, Menti Nostre, 23 de Septiembre 1950; Alocución a los sacerdotes “Convictus Barcinonensis” 14 de Junio 1957.

    Pablo VI,  alocución ante los sacerdotes del instituto Gian Matteo Giberti, de la diócesis de Verona, 11 de Marzo 1964

        EL CONCILIO VATICANO II, por su parte, en su decreto Optatam totius promulgado el 28 de Octubre del año 1965, habla acerca del Perfeccionamiento de la formación después de los estudios y dice que “la formación sacerdotal, sobre todo en las condiciones de la sociedad moderna, debe proseguir y completarse aun después de terminados los estudios en el seminario” (OT n. 22).

       LA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Al respecto de la formación,  promulgo la Ratio Fundamentalis Intitutionis sacerdotalis, El 6 de enero de 1970

       “Un  momento importante de la profundización del concepto de formación permanente lo constituye la “carta a las sacerdotes” enviada por JUAN PABLO II, el 8 de abril de 1979: “todos debemos convertirnos cada día. Sabemos que esta es una exigencia fundamental del Evangelio, dirigida a todos los hombres (Cf. Mt 4,17; Mc 1,15), y tanto mas debemos considerarla como dirigida a nosotros […]. La oración debemos unirla a un trabajo continuo sobre nosotros mismos: es la´ formación permanente´ […] tal formación debe ser tanto interior, o sea que mire a la vida espiritual del sacerdote, como pastoral e intelectual (filosófica y teológica). (El don de la vocación Presbiteral n. 80).

        LA CONGREGACION PAR LA EDUCADION CATOLICA, El 19 de marzo de 1985  actualizo la Ratio Fundamentalis Institutionis sacerdotalis del 1970 enriqueciéndola con numerosas notas, a la luz del Código de Derecho Canónico, promulgado el 25 de enero  de 1983.

        “A partir de entonces, han sido numerosas las aportaciones al tema de la formación de los futuros presbíteros, tanto de parte de la Iglesia universal, como de las Conferencias Episcopales y de las Iglesias particulares.

       Ante todo conviene tener en cuenta el Magisterio de los Pontífices  que durante este periodo de tiempo han guiado a la Iglesia: San Juan Pablo II, a quien se le debe la Exhortación apostólica  post-sinodal Pastores Dabo Vobis (25 de marzo de 1992), que ofrece una visión integral de la formación de los futuros sacerdotes, que tiene en cuenta simultanea y equilibradamente las cuatro dimensiones presentes en la vida del seminarista: humana, intelectual, espiritual y pastoral.

        Benedicto XVI, en la Carta apostólica en forma de “motu proprio Ministrorum institutio (16 de Enero 2013), ha puesto en evidencia que la formación de los seminaristas prosigue, naturalmente en la formación permanente de los sacerdotes, constituyendo ambas una sola realidad.

        El 14 de enero de 2013, LA CONGREGACION PARA EL CLERO, actualizo el directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros del año 1994, al recoger el Magisterio de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. En este directorio encontramos una visión de conjunto y una síntesis sobre la formación permanente del Clero.

       El Papa Francisco ha hecho posible que la Congregación para el Clero promulgara la Nueva Ratio Fundamentalis institutionis sacerdotalis como un instrumento para la formación de los presbíteros (8 de diciembre de 2016) (Cf. RFIS 80).

 

2. Formación presbiteral según la ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis

       La presente Ratio Fundamentalis en su nota introductoria describe el proceso formativo de los sacerdotes, desde los años del seminario, a partir de cuatro notas característica fundamentales: única, integral, comunitaria y misionera.

 

a) La formación única.

La formación de los sacerdotes es la continuación de un único” camino discipular”, que comienza con el bautismo, se perfecciona con los otros sacramentos de la iniciación cristina, es reconocido como centro de la vida, en el momento del ingreso al seminario, y continua durante toda la vida.

 

b) La formación integral.

La formación inicial y permanente, debe ser comprendida en una visión integral que tenga en cuenta las cuatro dimensiones propuestas por Pastores dabo bobis, (humana, espiritual, intelectual y pastoral), las que en conjunto componen y estructuran la identidad del seminarista y del presbítero y, además, lo capacitan para el “don de si mismo a la Iglesia”, contenido esencial de la caridad pastoral. Una formación integral, entendida como una continúa configuración con Cristo.

 

c) La formación comunitaria.

La formación tiene un carácter eminentemente comunitario  desde su mismo origen. La vocación es descubierta y acogida en el seno de una comunidad, se forma en el seminario en el contexto de una comunidad educativa y mediante la ordenación, llegue a formar parte de una “familia” del presbiterio, al servicio de una comunidad concreta.

 

d) La formación Misionera.

La formación se caracteriza naturalmente por el sentido misionero, pues tiene como finalidad la participación en la única misión confiada por Cristo a su Iglesia: la evangelización en todas sus formas.

 

3. Formación inicial

     La formación sacerdotal, entendida como un único camino discipular y misionero, se puede dividir  en dos grandes momentos: la formación inicial en el seminario y la formación permanente en la vida sacerdotal (RFIS, 54)

      La formación inicial se realiza durante el tiempo precedente a la ordenación  sacerdotal, comenzando con el periodo propedéutico, que forma parte integrante de la misma. Por tanto debe caracterizarse por contenidos formativos que preparan al seminarista para la vida presbiteral. Este objetivo requiere un paciente y riguroso trabajo sobre la persona, abierta a la acción del Espíritu Santo, con la finalidad de formar un corazón sacerdotal (RFIS 55).

      Hay que rechazarse como absolutamente falsa y peligrosa la idea de que la formación presbiteral concluya con la formación inicial en el seminario (PDV 76).

      Es  fundamental que los sacerdotes sean conscientes del hecho que su formación no acaba en los años del seminario. Al contrario, desde el día de su ordenación, el sacerdote debe sentir la necesidad de perfeccionarse continuamente, para ser cada vez más de Cristo Señor (DMVP 86).

 

I. FORMACIÓN PERMANENTE DE LOS SACERDOTES

      La formación permanente, precisamente porque es “permanente”, debe acompañar a los sacerdotes siempre, esto es, en cualquier período y situación de su vida, así como en los diversos cargos de responsabilidad eclesial que se les confíen; todo ello, teniendo en cuenta, naturalmente, las posibilidades y características propias de la edad, condiciones de vida y tareas encomendadas (PDV 76).

      La actividad de formación se basa en una exigencia dinámica, intrínseca al carisma ministerial, que es en sí mismo permanente e irreversible. Por tanto, ni la Iglesia que la imparte, ni el ministro que la recibe pueden considerarla nunca terminada. Es necesario, pues, que se plantee y desarrolle de modo que todos los presbíteros puedan recibirla siempre (DMVP 91).

 

1.1.  Fundamento y Naturaleza de la formación permanente

        “Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que esta en ti” (2 Tim 1,6);”No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunico por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de los presbíteros. Ocúpate en estas cosas; vive entregado a ella para que tu aprovechamiento sea manifiesto  a todos. Vela por ti mismo y por la enseñanza persevera en estas disposiciones, pues obrando así, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1Tim 4, 14-16).

      Estas palabras del Apóstol al obispo Timoteo nos ayudan a entender el contenido real y la originalidad inconfundible de la formación permanente de los presbíteros (PDV 70).

     La Formación permanente es una exigencia de la realización personal Progresiva, pues toda vida es un camino incesante hacia la madurez y ésta exige la Formación continúa (PDV 70).

     La formación permanente es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es mas,  a su propio ser. Es pues amor a Jesucristo y coherencia consigo mismo (PDV 70).

      La formación permanente es una exigencia del ministerio sacerdotal, visto incluso bajo su naturaleza genérica y común  a las demás profesiones, y por tanto como servicio hecho a los demás; porque no hay profesión, cargo o trabajo que no exija una continua actualización, si se quiere estar al día y ser eficaz (PDV 70).

      La formación permanente es amor a Jesucristo y coherencia consigo mismo (PDV 70).

      La formación permanente es también un acto de amor al pueblo de Dios a cuyo servicio esta puesto el sacerdote (PDV 70).

      La formación permanente es un acto de justicia verdadera y propia al Pueblo de Dios: él es deudor para con el Pueblo de Dios, pues ha sido llamado a reconocer y promover el “derecho” fundamental de ser destinatario de la Palabra de Dios, de los Sacramentos y del servicio de la caridad… La formación     permanente es necesaria para que el sacerdote pueda responder debidamente a este derecho del Pueblo de Dios (PDV 70).

      La formación permanente es una exigencia intrínseca del don y del ministerio sacramental recibido, que es necesaria en todo tiempo, pero hoy lo es particularmente urgente, no sólo por los rápidos cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y los pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por la “nueva evangelización”, que es la tarea esencial e improrrogable de la Iglesia en este final del segundo milenio (PDV 70).

      La formación permanente es una exigencia, que nace y se desarrolla a partir de la recepción del sacramento del Orden, con el cual el sacerdote no es sólo «consagrado» por el Padre, «enviado» por el Hijo, sino también «animado» por el Espíritu Santo (DMVP 87).

      La formación permanente de los sacerdotes es la continuación natural y absolutamente necesaria de aquel proceso de estructuración de la personalidad presbiteral iniciado y desarrollado mediante el proceso formativo para la Ordenación (PDV 71)

      La formación permanente es una exigencia indispensable para que el sacerdote pueda conservar y desarrollar en la fe la conciencia de la verdad entera y sorprendente de su propio ser, pues él es “ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1) (Cf. PDV 73).

      La formación permanente es un proceso gradual y continuo de conocimiento de Cristo y de configuración con él, en su ser y en su hacer, que constituye un reto permanente de crecimiento interior de la persona (Cf. RFIS.80).

      La formación permanente es la  continuación natural del proceso de construcción de la identidad presbiteral, iniciada en el Seminario y realizada sacramentalmente en la ordenación sacerdotal, con vistas a un servicio pastoral (RFIS, 81).

      La formación permanente no es otra cosa que  la continuidad,  a lo largo de la vida sacerdotal,  de un proceso formativo unitario e integral, de un único camino discipular y misionero que ha dado inicio en el seminario.(Cf. RFIS 53).

      La formación permanente es una necesidad imprescindible en la vida y en el ejercicio del ministerio de cada presbítero; en efecto, la actitud interior del sacerdote debe caracterizarse por una disponibilidad permanente a la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo. Tal disponibilidad implica una continua conversión del corazón, la capacidad de leer la vida y lo acontecimientos a la luz de la fe y, sobre todo, la caridad pastoral, para la entrega total de sí a la Iglesia según el designio de Dios (RFIS 56).

      La formación permanente es un medio necesario para que le presbítero alcance el fin de su vocación, que es el servicio de Dios y de su pueblo. Esta formación consiste, en la práctica, en ayudar a todos los sacerdotes a dar una respuesta generosa en el empeño requerido por la dignidad y responsabilidad, que Dios les ha confiado por medio del sacramento del Orden; en cuidar, defender y desarrollar su específica identidad y vocación; en santificarse a sí mismos y a los demás mediante el ejercicio del sagrado ministerio (DMVP 89).

      La formación permanente es un derecho y  un deber del presbítero e impartirla es un derecho y un deber de la Iglesia. En efecto, el ministro ha recibido como exigencia, del don que recibió de la ordenación, el derecho a tener la ayuda necesaria por parte de la Iglesia para realizar eficaz y santamente su servicio. La Iglesia por su parte tiene el deber y el derecho de continuar formando a sus ministros, ayudándolos a progresar en la respuesta generosa al don que Dios les ha concedido (Cf. DMVP 89)

      La formación permanente  es el  trabajo continuo sobre nosotros mismos. Tal formación debe ser tanto interior, o sea que mire a la vida Espiritual del sacerdote, como pastoral e intelectual (filosófica y teológica) ( cf. Juan Pablo II “carta a las sacerdotes”, 10 y  RFIS, 80).

 

1.2.  Que no es Formación permanente

      La formación permanente no es mera extensión del tiempo. Formación permanente, antes que prolongación en el tiempo, es intensidad y profundidad en la formación.

      La formación permanente no es Seminario permanente. No es la prolongación del Seminario, pero sí comienza en el Seminario. Una buena formación inicial es aquella que prepara y dispone a la formación permanente. La formación inicial prepara a la ordenación, pero la formación permanente es la que forma al Ordenando.

      La formación permanente no es una repetición de la recibida en el Seminario y que ahora es sometida a revisión o ampliada con nuevas sugerencias practicas, (PDV, 71).

      La formación permanente no es una simple actualización de carácter cultural o pastoral, respecto a la formación inicial en el seminario; por ello,  “desde le seminario mayor es preciso preparar la futura formación permanente y fomentar el animo y el deseo de los futuros presbíteros en relación con ella, demostrando su necesidad, ventajas y espíritu, y asegurando las condiciones para su realización” (PDV, 71)  (RFIS, 56).

      La formación permanente no puede ser una mera actitud, que podría decirse, “profesional”, conseguida mediante el aprendizaje de algunas técnicas pastorales nuevas” (PDV, 71).

      La formación permanente no es solo autoformación, ni solo heteroformación, sino de parte y parte. Somos sujetos y objetos de formación permanente. Damos y recibimos.

 

II. RAZONES DE LA FORMACIÓN PERMANENTE DE LOS SACERDOTES?

2.1.  Razones teológicas de la formación permanente.

Todos los sacerdotes están llamados a la formación permanente en razón del “don de Dios” que han recibido con la ordenación sagrada.

      “Te recomiendo que reavives el carisma de Dios  que está en ti” (2 TIM 1,6) El Apóstol pide a Timoteo que “reavive”, o sea que vuelva a encender el don divino, como se hace con el fuego bajo las cenizas, en el sentido de acogerlo y vivirlo sin perder ni olvidar  jamás aquella “novedad permanente” que es propia de todo don de Dios,… Pero este reavivar no es solo resultado de una responsabilidad personal, ni es solo el resultado de un esfuerzo de su memoria y de su voluntad. Es el efecto de un dinamismo de la gracia, intrínseco al don de Dios: es Dios mismo, pues el que reaviva su propio don, más aun, el que distribuye toda extraordinaria riqueza de gracia y responsabilidad que en él se encierra. Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero… marcado en su ser de una manera indeleble y para siempre como ministro de Jesús y de la Iglesia, e inserto en una condición de vida permanente e irreversible, se le confía un ministerio pastoral que, enraizado en su propio ser y abarcando toda su existencia, es también permanente (PDV 70).

 

2.2.  Razón sacramental de la formación permanente.

La formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden.

      Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero queda configurado con Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, y es enviado a ejercer el ministerio pastoral. Y así, al sacerdote, marcado en su ser de una manera indeleble y para siempre como ministro de Jesús y de la Iglesia, e inserto en una condición de vida permanente e irreversible, se le confía un ministerio pastoral que, enraizado en su propio ser y abarcando toda su existencia, es también permanente. El sacramento del Orden confiere al sacerdote la gracia sacramental, que lo hace partícipe no sólo del “poder” y del “ministerio” salvífico de Jesús, sino también de su “amor”; al mismo tiempo, le asegura todas aquellas gracias actuales que le serán concedidas cada vez que le sean necesarias y útiles para el digno cumplimiento del ministerio recibido (PDV 70)..

Mediante el sacramento del Orden Dios llama ´coram Ecclesia´ al candidato al sacerdocio. El “ven y sígueme” de Jesús encuentra su proclamación plena y definitiva en la celebración del sacramento de su Iglesia… Y el sacerdote da respuesta, en la fe, a la llamada de Jesús: “vengo y te sigo”. Desde este momento comienza aquella respuesta que, como opción fundamental, deberá renovarse y reafirmarse continuamente durante los años del sacerdocio en otras numerosísimas respuestas,  enraizadas todas ellas y vivificadas por el “si” del Orden sagrado…La formación permanente es necesaria  para discernir y seguir esta continúa llamada o voluntad de Dios. Los Padres sinodales han expuesto la razón que muestra la necesidad de la formación permanente y que, al mismo tiempo, descubre su naturaleza profunda, considerándola como   “fidelidad” al ministerio sacerdotal y proceso de continua conversión. (PDV 70)

La formación permanente procura garantizar la fidelidad al ministerio sacerdotal, en un camino de continua conversión, para reavivar el don recibido con la ordenación (Cf. RFIS, 81).

 

2.3.  Razón de derecho del pueblo de Dios.

La formación permanente es también un acto de amor al pueblo de Dios, a cuyo servicio esta puesto el sacerdote. Más aun es un acto de justicia verdadera y propia: El sacerdote es deudor para con el pueblo de Dios, de el ha sido llamado y al el ha sido enviado. La formación permanente es necesaria para que el sacerdote pueda responder debidamente a este derecho del Pueblo de Dios. (cf. PDV, 70).

     Es importante que los fieles puedan encontrar sacerdotes maduros y  bien formados: ya que a este deber “corresponde un precioso derecho de parte de los fieles, sobre los cuales recaen positivamente los efectos de la buena formación y de la santidad de los sacerdotes” (RFIS, 80)

 

2.4.  Razones simplemente humanas de la formación permanente.

       La formación permanente es una exigencia de la realización personal progresiva, pues toda vida es un camino incesante hacia la madurez y ésta exige la formación continua (PDV 70).

      La formación permanente “es también una exigencia del ministerio sacerdotal, visto incluso bajo su naturaleza genérica y común a las demás profesiones, y por tanto como servicio hecho a los demás; porque no hay profesión, cargo o trabajo que no exija una continua actualización, si se quiere estar al día y ser eficaz (PDV 70).

      La necesidad de “mantener el paso” con la marcha de la historia es otra razón humana que justifica la formación permanente. (PDV 70).

      La formación permanente hace posible mantener vivo un proceso general e integral de  madurez humana, que le permita acrecentar y profundizar aquella sensibilidad humana que le lleve a comprender las necesidades y acoger los ruegos de los demás,  y que le haga capaz de dialogar con todos.

 

2.5.  Razón Eclesial de la formación permanente

En el contexto eclesial podemos considerar el profundo significado  de la formación permanente del sacerdote en orden a su presencia y acción en la Iglesia “misterium communio et missio”.

    En la Iglesia “misterio” el sacerdote esta llamado, mediante la formación permanente, a conservar y desarrollar en la fe la conciencia de la verdad y sorprendente de su propio ser, pues él es “ministro de Cristo administrador de los misterios de Dios”(Cf. 1 Cor 4,). La formación permanente tiende a que el sacerdote sea una persona profundamente creyente y lo sea cada vez mas; que pueda verse con los ojos de Cristo en su verdad completa (PDV, 73)

      La formación permanente ayuda al sacerdote, en la Iglesia “comunión” a madurar la conciencia de que su ministerio está radicalmente ordenado a congregar a la familia de Dios como fraternidad animada por la caridad y a llevarla al Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo. (PDV, 73)

      El sacerdote debe crecer en  la conciencia de la profunda comunión que lo vincula al Pueblo de Dios; él no esta solo “al frente de”  la Iglesia, sino ante todo “en” la Iglesia. Es hermano entre hermanos… Como escribía Pablo VI: “hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del dialogo es la amistad. Mas todavía el servicio. El sacerdote esta llamado a madurar la conciencia  de ser miembro de la Iglesia particular en la que esta incardinado, o sea, incorporado con un vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral (PDV, 74).

       El sacerdote debe madurar en la conciencia de la comunión que existe entre las diversas Iglesias particulares, una comunión enraizada en su propio ser de Iglesias que viven en un lugar determinado la Iglesia única y universal de Cristo. Esta conciencia de comunión intereclesial favorecerá el “intercambio de dones”, comenzando por los dones vivos y personales, como son los mismos sacerdotes (PDV, 74).

       Dentro de la comunión eclesial el sacerdote esta llamado de modo particular, mediante la formación permanente a crecer en y con el presbiterio unido al Obispo. El Orden se confiere a cada uno en singular, pero quedan insertos en la comunión del presbiterio unido con el Obispo (Lumen Gentium 18; Presbiterorum Ordinis, 7 y 8). “La unidad de los presbíteros con el Obispo y entre sí no es algo añadido dese fuera a la naturaleza propia de su servicio, sino que expresas su esencia como solicitud de Cristo Sacerdote por su pueblo congregado por la unidad de la Santísima Trinidad. La fisonomía del presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden (PDV, 74).

 

III. DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN PERMANENTE

      Es de mucha importancia darse cuenta y respetar la intrínseca relación que hay entre la formación que precede a la Ordenación y la que le sigue. En efecto, si hubiera  una discontinuidad o incluso una deformación entre estas dos fases formativa, se seguirían inmediatamente consecuencias graves para la actividad pastoral y para la comunión fraterna entre los presbíteros, particularmente entre los de diferente edad. La formación permanente se desarrolla con contenidos y sobre todo a través de métodos relativamente nuevos, como un hecho vital unitario que, en su progreso —teniendo sus raíces en la formación del Seminario— requiere adaptaciones, actualizaciones y modificaciones, pero sin rupturas ni solución de continuidad. Y viceversa, desde el Seminario mayor es preciso preparar la futura formación permanente y fomentar el ánimo y el deseo de los futuros presbíteros en relación con ella, demostrando su necesidad, ventajas y espíritu, y asegurando las condiciones de su realización (PDV 71).

        La finalidad de la formación permanente debe ser mas bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la  formación –humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su especifica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación con ella(PDV n. 71).

      Dicha formación debe comprender y armonizar todas las dimensiones de la vida sacerdotal; es decir, debe tender a ayudar a cada presbítero: a desarrollar una personalidad humana madurada en el espíritu de servicio a los demás, cualquiera que sea el encargo recibido; a estar intelectualmente preparado en las ciencias teológicas en armonía con el Magisterio de la Iglesia y también en las humanas en cuanto relacionadas con el propio ministerio, de manera que desempeñe con mayor eficacia su función de testigo de la fe; a poseer una vida espiritual sólida, nutrida por la intimidad con Jesucristo y del amor por la Iglesia; a ejercer su ministerio pastoral con empeño y dedicación (DMVP 92).

       Por lo tanto, “Son cuatro las dimensiones que interactúan simultáneamente en el iter formativo y en la vida de los ministros ordenados: la dimensión humana, que representa la “base necesaria y dinámica”  de toda la vida presbiteral; la dimensión espiritual, que contribuye a configurar en ministerio sacerdotal; la dimensión intelectual,  que ofrece los instrumentos racionales necesarios para comprender los valores propios del ser pastor, procurar encarnarlos en la vida y transmitir el contenido de  la fe  de forma adecuada; la dimensión pastoral, que habilita para un servicio eclesial responsable y fructífero” (RFIS, 89).

 

3.1.  Dimensión humana

      La formación humana es importante y necesaria porque “Sin una adecuada formación humana, toda la formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario” (PDV 43).

      La formación humana “constituye la plataforma y el fundamento sobre los cuales es posible edificar el edificio de la formación intelectual, espiritual y pastoral” (Cf. DMVP 93).

      La formación humana, fundamento de toda la formación sacerdotal, promoviendo el desarrollo integral de la persona, permite forjar la totalidad de las dimensiones… Una recta y armónica espiritualidad exige una humanidad bien estructurada; como recuerda Santo Tomás de Aquino, «la gracia presupone la naturaleza» y no la sustituye, sino que la perfecciona (RFIS, 94).

       El presbítero, llamado a ser “imagen viva” de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás, tal como nos las presentan los evangelistas.

       Además, el ministerio del sacerdote consiste en anunciar la Palabra, celebrar el Sacramento, guiar en la caridad a la comunidad cristiana “personificando a Cristo y en su nombre”, pero todo esto dirigiéndose siempre y sólo a hombres concretos: “Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios” (Heb 5, 1). Por esto la formación humana del sacerdote expresa una particular importancia en relación con los destinatarios de su misión: precisamente para que su ministerio sea humanamente lo más creíble y aceptable, es necesario que el sacerdote plasme su personalidad humana de manera que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre; es necesario que, a ejemplo de Jesús que “conocía lo que hay en el hombre” (Jn 2, 25; Cf. 8, 3-11), el sacerdote sea capaz de conocer en profundidad el alma humana, intuir dificultades y problemas, facilitar el encuentro y el diálogo, obtener la confianza y colaboración, expresar juicios serenos y objetivos (PDV 43).

       Por tanto, no sólo para una justa y necesaria maduración y realización de sí mismo, sino también con vistas a su ministerio, los futuros presbíteros deben cultivar una serie de Cualidades humanas necesarias para la formación de personalidades equilibradas, sólidas y libres, capaces de llevar el peso de las responsabilidades pastorales (PDV 43).

      El presbítero no debe olvidar que «elegido de entre los hombres […] sigue siendo uno de ellos y está llamado a servirles entregándoles la vida de Dios».  Por eso, como hermano entre sus hermanos, para santificarse y para lograr realizar su misión sacerdotal, deberá presentarse con un bagaje de virtudes humanas que lo hagan digno de estima de los demás” (Cf. DMVP 93).

       La formación humana no se alcanza solo con  fuerzas y medios humanos, “al hacer madurar su propia formación humana, el sacerdote recibe una ayuda particular de la gracia de Jesucristo” (PDV 43).

      Además, “La formación humana constituye un elemento necesario para la evangelización, desde el momento en que el anuncio del Evangelio pasa a través de la persona y la mediación de su humanidad” (RFIS, 94).

 

3.2.  Dimensión Espiritual

      Todo hombre, creado por Dios y redimido con la sangre de Cristo, está llamado a ser Regenerado “por el agua y el Espíritu” (Cf. Jn 3, 5) y a ser “hijo en el Hijo”. En este designio eficaz de Dios está el fundamento de la dimensión constitutivamente religiosa del ser humano, intuida y reconocida también por la simple razón: el hombre está abierto a lo Trascendente, a lo absoluto; posee un corazón que está inquieto hasta que no descanse en el Señor. De esta exigencia religiosa fundamental e irrenunciable arranca y se desarrolla el proceso educativo de una vida espiritual entendida como relación y comunión con Dios (PDV 45).

       “Según la revelación y la experiencia cristiana, la formación espiritual posee la originalidad inconfundible que proviene de la “novedad” evangélica. En efecto, “es obra del Espíritu y empeña a la persona en su totalidad; introduce en la comunión profunda con Jesucristo, buen Pastor; conduce a una sumisión de toda la vida al Espíritu, en una actitud filial respecto al Padre y en una adhesión confiada a la Iglesia. Ella se arraiga en la experiencia de la cruz para poder llevar, en comunión profunda, a la plenitud del misterio pascual” (PDV 45).

     Como se ve, se trata de una formación espiritual común a todos los fieles, pero que requiere ser estructurada según los significados y características que derivan de la identidad del presbítero y de su ministerio, pero que requiere ser estructurada según los significados y características que derivan de la identidad del presbítero y de su ministerio. Así como para todo fiel la formación espiritual debe ser central y unificadora en su ser y en su vida de cristiano, o sea, de criatura nueva en Cristo que camina en el Espíritu, de la misma manera, para todo presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio. En este sentido, los Padres del Sínodo afirman que “sin la formación espiritual, la formación pastoral estaría privada de fundamento”(135) y que la formación espiritual constituye “un elemento de máxima importancia en la educación sacerdotal” (PDV 45).

      La formación del presbítero en su dimensión espiritual es una exigencia de la vida nueva y Evangélica ha la que ha sido llamado de manera específica por el Espíritu Santo infundido en sacramento del Orden. El Espíritu, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo, Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote —relación ontológica y psicológica, sacramental y moral— está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella “vida según el Espíritu” y para aquel “radicalismo evangélico” al que está llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual. Esta formación es necesaria también para el ministerio sacerdotal, su autenticidad y fecundidad espiritual. (PDV 72).

      La formación espiritual se orienta a alimentar y sostener la comunión con Dios y con los hermanos, en la amistad con Jesús Buen Pastor y en una actitud de docilidad al Espíritu (RFIS, 101).

      El centro de la formación espiritual es la unión personal con Cristo, que nace y se alimenta, de modo particular, en la oración silenciosa y prolongada153. Mediante la oración, la escucha de la Palabra, la participación asidua en los sacramentos, en la liturgia y en la vida comunitaria (RFIS, 102).

 

3.3.  La Dimensión intelectual

      La formación intelectual, aun teniendo su propio carácter específico, se relaciona profundamente con la formación humana y espiritual, constituyendo con ellas un elemento necesario; en efecto, es como una exigencia insustituible de la inteligencia con la que el hombre, participando de la luz de la inteligencia divina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y avanza al conocimiento de Dios y a su adhesión (PDV 51).

       “La formación intelectual encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización a la que el Señor llama a su Iglesia.  Además, la situación actual, marcada gravemente por la indiferencia religiosa y por una difundida desconfianza en la verdadera capacidad de la razón para alcanzar la verdad objetiva y universal, así como por los problemas y nuevos interrogantes provocados por los descubrimientos científicos y tecnológicos, exige un excelente nivel de formación intelectual, que haga a los sacerdotes capaces de anunciar —precisamente en ese contexto— el inmutable Evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente alas legítimas exigencias de la razón humana. Añádase, además, que el actual fenómeno del pluralismo, acentuado más que nunca en el ámbito no sólo de la sociedad humana sino también de la misma comunidad eclesial, requiere una aptitud especial para el discernimiento crítico: es un motivo ulterior que demuestra la necesidad de una formación intelectual más sólida que nunca” (PDV 51).

      “Para que pueda ser pastoralmente eficaz, la formación intelectual debe integrarse en un camino espiritual marcado por la experiencia personal de Dios, de tal manera que se pueda superar una pura ciencia nocionística y llegar a aquella inteligencia del corazón que sabe “ver” primero y es capaz después de comunicar el misterio de Dios a los hermanos” (PDV 51).

      También la dimensión intelectual de la formación requiere que sea continuada y profundizada durante toda la vida del sacerdote, concretamente mediante el estudio y la actualización cultural seria y comprometida. El sacerdote, participando de la misión profética de Jesús e inserto en el misterio de la Iglesia, Maestra de verdad, está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo y, por ello, el verdadero rostro del hombre  (PDV 72).

      La formación intelectual es parte de la formación integral del presbítero; está al servicio del ministerio pastoral e incide también en la formación humana y espiritual, en la que encuentra un alimento provechoso. Esto significa que el desarrollo de todas las facultades y dimensiones de la persona, incluida la racional, con el vasto campo de conocimientos adquiridos, contribuye al desarrollo del presbítero, siervo y testigo de la Palabra en la Iglesia y en el mundo (RFIS, 117).

      Teniendo en cuenta la gran influencia que las corrientes humanístico-filosóficas tienen en la cultura moderna, así como el hecho de que algunos presbíteros no siempre han recibido la adecuada preparación en tales disciplinas, quizás entre otras cosas porque provengan de orientaciones escolásticas diversas, se hace necesario que en los encuentros estén presentes los temas más relevantes de carácter humanístico y filosófico o que, en cualquier caso, «tengan una relación con las ciencias sagradas, particularmente en cuanto pueden ser útiles en el ejercicio del ministerio pastoral» (Cf. DMVP 95).

      Estas temáticas constituyen también una valiosa ayuda para tratar correctamente los principales argumentos de Sagrada Escritura, de teología fundamental, dogmática y moral, de liturgia, de derecho canónico, de ecumenismo, etc., teniendo presente que la enseñanza de estas materias no debe ser excesivamente problemática, ni solamente teórica o informativa, sino que debe llevar a la auténtica formación, es decir, a la oración, a la comunión y a la acción pastoral. Además, dedicar un tiempo —posiblemente cotidiano— al estudio de manuales o ensayos de filosofía, teología y derecho canónico será una gran ayuda para profundizar el sentire cum Ecclesia; en esta tarea, el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio constituyen un precioso instrumento básico (Cf. DMVP 95).

      Debe darse particular importancia, en la formación intelectual, al tratamiento de temas, que hoy tienen mayor relevancia en el debate cultural y en la praxis pastoral, como, por ejemplo, los relativos a la ética social, a la bioética, etc…. Los problemas que plantea el progreso científico….  De hecho, al presentar la Palabra de Dios, el presbítero debe tener en cuenta el crecimiento progresivo de la formación intelectual de las personas y, por tanto, saber adecuarse a su nivel y también a los varios grupos o lugares de proveniencia…  Es del mayor interés estudiar, profundizar y difundir la doctrina social de la Iglesia. Una exigencia imprescindible para la formación intelectual de los sacerdotes es el conocimiento y la utilización prudente, en su actividad ministerial, de los medios de comunicación social (Cf. DMVP 95)

 

3.4.  La dimensión pastoral

     La formación pastoral debe estar orientada a preparar de una manera específica a los sacerdotes  para comunicar la caridad de Cristo, buen Pastor. Debe tender a la formación de verdaderos pastores de las almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor (CF. PDV 57).

     En el itinerario de la formación pastoral permanente se hace necesario seguir estudiando una “verdadera y propia disciplina teológica: la teología pastoral o práctica, que es una reflexión científica sobre la Iglesia en su vida diaria, con la fuerza del Espíritu, a través de la historia; una reflexión, sobre la Iglesia como “sacramento universal de salvación”, como signo e instrumento vivo de la salvación de Jesucristo en la Palabra, en los Sacramentos y en el servicio de la caridad. La pastoral no es solamente un arte ni un conjunto de exhortaciones, experiencias y métodos; posee una categoría teológica plena, porque recibe de la fe los principios y criterios de la acción pastoral de la Iglesia en la historia, de una Iglesia que “engendra” cada día a la Iglesia misma” (PDV 57).

      “El estudio de la teología pastoral debe iluminar la aplicación práctica mediante la entrega y algunos servicios pastorales, que los candidatos al sacerdocio y los sacerdotes deben realizar, de manera progresiva y siempre en armonía con las demás tareas formativas; se trata de “experiencias” pastorales, que han de confluir en un verdadero “aprendizaje pastoral”, que puede durar incluso algún tiempo y que requiere una verificación de manera metódica” (PDV 57).

       La formación pastoral, además del estudio y la actividad pastoral, debe custodiar y valorizar la comunión cada vez mas profunda con la caridad pastoral de Jesucristo… Se trata de una formación destinada no sólo a asegurar una competencia pastoral científica y una preparación práctica, sino también, y sobre todo, a garantizar el crecimiento de un modo de estar en comunión con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, buen Pastor: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2, 5)  (PDV 57).

        La formación pastoral no puede reducirse a un simple aprendizaje, dirigido a familiarizarse con una técnica pastoral.   Se trata de sensibilizar  al pastor, para que  asuma de manera consciente y madura sus responsabilidades, en el hábito interior de valorar los problemas y establecer las prioridades y los medios de solución, fundados siempre en claras motivaciones de fe y según las exigencias teológicas de la pastoral misma (Cf PDV 58).

        El aspecto pastoral de la formación permanente queda bien expresado en las palabras del

Apóstol Pedro: “Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios” (1 Pe 4, 10).

 La formación pastoral permanente es una exigencia “para que el sacerdote esté cada vez más abierto a acoger la caridad pastoral de Jesucristo, que le confirió su Espíritu Santo con el sacramento recibido. La caridad pastoral es un don y un deber, una gracia y una responsabilidad, a la que es preciso ser fieles, es decir, hay que asumirla y vivir su dinamismo hasta las exigencias más radicales. Esta misma caridad pastoral, como se ha dicho, empuja y estimula al sacerdote a conocer cada vez mejor la situación real de los hombres a quienes ha sido enviado; a discernir la voz del Espíritu en las circunstancias históricas en las que se encuentra; a buscar los métodos más adecuados y las formas más útiles para ejercer hoy su ministerio. De este modo, la caridad pastoral animará y sostendrá los esfuerzos humanos del sacerdote para que su actividad pastoral sea actual, creíble y eficaz (Cf PDV 72).

IV. LA FORMACIÓN PERMANENTE ES UN DEBER PARA TODO SACERDOTE.

Como hemos visto existen dos etapas en la formación sacerdotal, la inicial y la permanente. Ahora bien, en el camino de la  formación permanente existen también varias etapas, según la edad y la situación en la que se encuentre viviendo el presbítero.

Para algunos sacerdotes la formación permanente ha iniciado muy temprano; para otros, nunca ha comenzado, aunque hayan celebrado el 25º  o 50º aniversario sacerdotal.

4.1.  La formación permanente es un deber, ante todo, para los sacerdotes jóvenes(0 a 7 años de ministerio)

Dicha formación ha de tener aquella frecuencia y programación de encuentros que, a la vez que prolongan la seriedad y solidez de la formación recibida en el Seminario, lleven progresivamente a los jóvenes presbíteros a comprender y vivir la singular riqueza del “don” de Dios —el sacerdocio— y a desarrollar sus potencialidades y aptitudes ministeriales, también mediante una inserción cada vez más convencida y responsable en el presbiterio, y por tanto en la comunión y corresponsabilidad con todos los hermanos (PDV 76).

      Estos años requieren, pues, una armónica maduración para hacer frente —con fe y con fortaleza— a los momentos de dificultad. Con este fin, los jóvenes sacerdotes deberán tener la posibilidad de una relación personal con el propio Obispo y con un sabio padre espiritual (DMVP 111).

       En este periodo es necesario es deseable que se promueva el acompañamiento ofrecido por hermanos de vida ejemplar y celo pastoral que ayude a los jóvenes sacerdotes a vivir un pertenencia cordial y activa al presbiterio diocesano (RFIS 83).

       Participando en los encuentros de la formación permanente, los jóvenes sacerdotes podrán ofrecerse una ayuda mutua, mediante el intercambio de experiencias y reflexiones sobre la aplicación concreta del ideal presbiteral y ministerial que han asimilado en los años del Seminario. Al mismo tiempo, su participación activa en los encuentros formativos del presbiterio podrá servir de ejemplo y estímulo a los otros sacerdotes que les aventajan en años, testimoniando así el propio amor a todo el presbiterio y su afecto por la Iglesia particular necesitada de sacerdotes bien preparados (PDV 76).

       Para acompañar a los sacerdotes jóvenes en esta primera delicada fase de su vida y ministerio, es más que nunca oportuno —e incluso necesario hoy— crear una adecuada estructura de apoyo, con guías y maestros apropiados, en la que ellos puedan encontrar, de manera orgánica y continua, las ayudas necesarias para comenzar bien su ministerio sacerdotal. Con ocasión de encuentros periódicos, suficientemente prolongados y frecuentes, vividos si es posible en ambiente comunitario y en residencia, se les se le garantizaran buenos momentos de descanso, oración, reflexión e intercambio fraterno. Así será más fácil para ellos dar, desde el principio, una orientación evangélicamente equilibrada a su vida presbiteral (PDV 76).

      En los primeros años de sacerdocio, es necesario organizar encuentros anuales de formación en los que se elaboren y profundicen adecuados temas teológicos, jurídicos, espirituales y culturales, sesiones especiales dedicadas a problemas de moral, de pastoral, de liturgia, etc. (DMVP 111).

4.2.  La formación permanente constituye también un deber para los presbíteros de media edad (8 a 20 años de ministerio) y Mayores (21 a 35 años de ministerio).

En realidad, son muchos los riesgos que pueden correr, precisamente en razón de la edad, como por ejemplo un activismo exagerado y una cierta rutina en el ejercicio del ministerio. Así, el sacerdote puede  verse tentado a presumir de si mismo como si la propia experiencia pastoral, ya demostrada no tuviese que ser contrastada con nada ni con nadie. Frecuentemente el sacerdote sufre una especie de cansancio interior peligroso, fruto de dificultades y fracasos. La formación permanente ofrecerá  una continua y equilibrada revisión de sí mismo y de la propia actividad, una búsqueda constante de motivaciones y medios para la propia misión (PDV 77).

     Después de algunos años de experiencia pastoral, podrían emerger fácilmente nuevos desafíos, concernientes al ministerio y a la vida del presbítero:

     La experiencia de la propia debilidad: la presencia de contradicciones que podrían permanecer en su personalidad y que debe afrontar necesariamente. La experiencia de la propia debilidad podrá inducir al sacerdote a una mayor humildad y confianza en la acción misericordiosa del Señor, cuya “fuerza se muestra plenamente en la debilidad” (cfr.2 Cor 12, 9), y a una comprensión benévola en la relación con los demás. El presbítero no deberá aislarse; necesitará, al contrario, el auxilio y el acompañamiento en el ámbito espiritual y/o psicológico. En cada caso, será útil intensificar la relación con el director espiritual con el fin de extraer algunas lecciones positivas de las dificultades, aprendiendo a buscar la verdad en la propia vida y a comprenderla mejor a la luz del Evangelio (RFIS, 84).

      El riesgo de sentirse funcionarios de lo sagrado: el transcurso del tiempo puede generar en el sacerdote la sensación de sentirse como un empleado de la comunidad o un funcionario de lo sagrado, sin corazón de pastor. En cuanto se observe esta situación, será importante que el presbítero sienta la cercanía de sus hermanos y se haga accesible a ellos. Como ha recordado el Papa Francisco, de hecho, «no se necesitan […] sacerdotes funcionarios que, mientras cumplen su función, buscan lejos de Él la propia consolación. Solo el que tiene fija la mirada sobre aquello que es verdaderamente esencial puede renovar su propio sí al don recibido y, en las diversas etapas de la vida, no dejar de donarse; solo quien se deja conformar con el Buen Pastor encuentra unidad, paz y fuerza en la obediencia del servicio..» (RFIS, 84).

      El reto de la cultura contemporánea: la inserción adecuada del ministerio presbiteral en la cultura actual, con las diversas problemáticas que comporta, exigen apertura y actualización de parte de los sacerdotes y, sobre todo, un sólido anclaje de las cuatro dimensiones de la formación: humana, espiritual, intelectual y pastoral (RFIS, 84)..

      La atracción del poder y de la riqueza: el apego a una posición, la obsesiva preocupación por crearse espacios exclusivos para sí mismo, la aspiración a “hacer carrera”, la aparición de un ansia de poder o de un deseo de riqueza, con la consecuente falta de disponibilidad a la voluntad de Dios, a las necesidades del pueblo confiado y al mandato del Obispo. En tales situaciones será oportuna la corrección fraterna, o la reprensión, u otra vía sugerida por la solicitud pastoral, siempre y cuando tales conductas no configuren un delito que exija la aplicación de penas (RFIS, 84)..

      El desafío del celibato: vivir el celibato por el Reino, en medio de nuevos estímulos, las tensiones de la vida pastoral, en vez de favorecer el crecimientoy la maduración de la persona, pueden provocar una regresión afectiva, que induce, bajo la influencia de una tendencia socialmente difundida, a dar espacio indebido a las propias necesidades y a buscar compensaciones, impidiendo el ejercicio de la paternidad sacerdotal y de la caridad pastoral (RFIS, 84)..

       La entrega total al propio ministerio: con el paso del tiempo, el cansancio, el natural decaimiento físico y la aparición de los primeros problemas de salud, los conflictos, las desilusiones respecto a las expectativas pastorales, el peso de la rutina, la dificultad para cambiar y otros condicionamientos socio-culturales, podrían debilitar el celo apostólico y la generosidad en la entrega al ministerio pastoral (RFIS, 84).

En estos años los presbíteros necesitan que les den ánimos, que los valoren con inteligencia y que les sea posible profundizar en la formación en todas sus dimensiones, con el fin de examinarse a sí mismos y examinar sus acciones; reavivar las motivaciones del sagrado ministerio. Es importante que estos presbíteros se beneficien de especiales y profundas sesiones de formación en las cuales —además de los contenidos teológicos y pastorales— se examinen todas las dificultades psicológicas y afectivas, que pudieran nacer durante ese período (DMVP 112).

4.3.  La formación permanente debe interesar también a los presbíteros que, por la edad avanzada, podemos denominar ancianos (de 36 años de ministerio en adelante).

Los presbíteros ancianos o de edad avanzada, a los cuales se debe otorgar delicadamente todo signo de consideración, también entran en el circuito vital de la formación permanente… (DMVP 113).

Para estos presbíteros la formación permanente no significará tanto un compromiso de estudio, actualización o diálogo cultural, cuanto la confirmación serena y alentadora de la misión que todavía están llamados a llevar a cabo en el presbiterio; no sólo porque continúan en el ministerio pastoral, aunque de maneras diversas, sino también por la posibilidad que tienen, gracias a su experiencia de vida y apostolado, de ser valiosos maestros y formadores de otros sacerdotes (PDV 77).

      Estos presbíteros podrán convenientemente disfrutar de momentos, ambientes y encuentros especialmente dirigidos a profundizar en el sentido contemplativo de la vida sacerdotal; para redescubrir y gustar de la riqueza doctrinal de cuanto ha sido ya estudiado; para sentirse útiles —que lo son—, pudiendo ser valorados en formas adecuadas de verdadero y propio ministerio, sobre todo como expertos confesores y directores espirituales (DMVP 113)

4.4.  La formación permanente debe tener preferencia por a aquellos sacerdotes en situaciones especiales.

Sacerdotes en  condiciones de debilidad física, de cansancio moral, de una especie de cansancio interior peligroso fruto de debilidades o fracasos o que experimentan una sensación de soledad fruto de dificultades como marginaciones, incomprensiones, abandonos, calumnias y humillaciones, etc.,   pueden ser ayudados con una formación permanente que los estimule a continuar, de manera serena y decidida, su servicio a la Iglesia; a no aislarse de la comunidad ni del presbiterio; a reducir la actividad externa para dedicarse a aquellos actos de relación pastoral y de espiritualidad personal, capaces de sostener las motivaciones y la alegría de su sacerdocio (Cf. PDV 74, DMVT 115).

4.5.  La formación permanente no puede olvidar a los sacerdotes que han abandonado esta forma de vida o que no la siguen.

La formación permanente ayudar al sacerdote a madurar la conciencia que la fraternidad sacerdotal hace del presbiterio “una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden… y que La fraternidad presbiteral no excluye a nadie, pero puede y debe tener sus preferencias: las preferencias evangélicas reservadas a quienes tienen mayor necesidad de ayuda o de aliento. Esta fraternidad “presta una atención especial a los presbíteros jóvenes, mantiene un diálogo cordial y fraterno con los de media edad y los mayores, y con los que, por razones diversas, pasan por dificultades. También a los sacerdotes que han abandonado esta forma de vida o que no la siguen, no sólo no los abandona, sino que los acompaña aún con mayor solicitud  fraterna” (PDV 74)

       No hay que olvidarse tampoco de aquellos hermanos, que han abandonado el ejercicio del ministerio sagrado, con el fin de ofrecerles la ayuda necesaria, sobre todo con la oración y la penitencia. La debida actitud de caridad hacia ellos no debe inducir jamás a tomar en consideración la posibilidad de confiarles tareas eclesiásticas, que puedan crear confusión y desconcierto, sobre todo entre los fieles, a raíz de su situación.( DMVT 115).

 

V. LOS RESPONSABLES DE LA FORMACIÓN PERMANENTE

5.1.  La Iglesia particular

       Los responsables de la formación permanente de los sacerdotes hay que individuarlos en la Iglesia “comunión”. En este sentido es toda la Iglesia particular la que, bajo la guía del Obispo, tiene la responsabilidad de estimular y cuidar de diversos modos la formación permanente de los sacerdotes… Todos los miembros del Pueblo de Dios pueden  y deben ofrecer una valiosa ayuda a la formación permanente de sus sacerdotes. Deben dejar a los sacerdotes espacios de tiempo para el estudio y la oración; pedirles aquello para lo que han sido enviados por Cristo y no otras cosas; ofrecerles colaboración en los diversos ámbitos de la misión pastoral… (PDV, 78)

 

5.2.  El presbítero mismo

       Pero, “En cierto modo, es precisamente cada sacerdote el primer responsable en la Iglesia de la formación permanente;  pues sobre cada uno recae el deber –derivado del sacramento del orden- de ser fiel al don de Dios y al dinamismo de conversión diaria que nace del mismo don. Los reglamentos o normas de la autoridad eclesiástica al respecto, como también el mismo ejemplo de los demás sacerdotes no bastan para hacer apetecible la formación permanente si el individuo no esta personalmente convencido de su necesidad y decidido a valorar sus ocasiones, tiempos y formas” (PDV, 79).

      “El don del Espíritu Santo no excluye, sino que estimula la libertad del sacerdote para que coopere responsablemente y asuma la formación permanente como un deber que se le confía” (PDV, 70)

       El primer y principal responsable de la propia formación permanente es el mismo presbítero. Este deber deriva del hecho de que ninguno puede sustituir al propio presbítero en el vigilar sobre sí mismo (cfr. 1 Tim 4, 16). Por otra parte, las condiciones y situaciones de vida de cada sacerdote son tales que, también desde un punto de vista meramente humano, exigen que tome parte personalmente en su propia formación, de manera que ponga en ejercicio las propias capacidades y posibilidades (DMVP 105).

       Por tanto, -El sacerdote- participará activamente en los encuentros de formación, dando su propia contribución en base a sus competencias y posibilidades concretas, y se ocupará de proveerse y de leer libros y revistas, que sean de segura doctrina y de experimentada utilidad para su vida espiritual y para un fructuoso desempeño de su ministerio (DMVP 105).

       “La formación permanente debe ser concreta, en cuanto encarnada a la realidad presbiteral, de modo que todos los sacerdotes puedan asumirla efectivamente, considerando el hecho de que el primer y principal responsable de la propia formación permanente es el mismo presbítero”(RFIS, 82).

 

5.3.  El Obispo

       Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio. La del Obispo

se basa en el hecho de que los presbíteros reciben su sacerdocio a través de él y comparte con él la solicitud pastoral por el Pueblo de Dios. El Obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene el “derecho” de tenerlos. Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas (PDV, 79).

       El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial (PDV, 79).

      “Que esta formación la promueva en su diócesis,  por un presbítero o por un grupo de presbíteros, formados de manera especifica y oficialmente encargados de favorecer un servicio de formación permanente, teniendo en consideración la edad y las circunstancias particulares de cada hermano” (cf. RFIS, 82).

 

5.4.  la familia de origen

       En el ámbito de la Iglesia particular corresponde a las familias un papel significativo; ellas,

como “Iglesias domésticas”, tienen una relación concreta con la vida de las comunidades

eclesiales animadas y guiadas por los sacerdotes. En particular, hay que citar el papel de la familia de origen, pues ella, en unión y comunión de esfuerzos, puede ofrecer a la misión del hijo una ayuda específica importante. la familia del sacerdote, en el más absoluto respeto de este hijo que ha decidido darse a Dios y a sus hermanos, debe seguir siendo siempre testigo fiel y alentador de su misión, sosteniéndola y compartiéndola con entrega y respeto (PDV, 79).

 

5.5.  El presbiterio.

      El primer ámbito en que se desarrolla la formación permanente es la fraternidad presbiteral. La fraternidad sacramental constituye una valiosa ayuda para la formación permanente de los sacerdotes (RFIS, 82).

“Si cada sacerdote es responsable de su propia formación permanente, un agente muy cercano a este proceso es otro hermano en el presbiterio. La íntima fraternidad sacramental es un referente esencial en la formación permanente de los presbíteros, con todo su contenido de conocimiento personal, de disponibilidad y escucha, de corrección fraterna. Los sacerdotes, por la naturaleza colegiada de su ministerio, son corresponsables de la formación permanente de sus hermanos. Si este nivel funcionase bien, se contaría con un instrumento precioso y eficaz. Hay que tender a que a ningún sacerdote falte la ayuda fraterna”. (Mons. Jorge Carlos patrón wong).

 

VI. CRITERIOS DE ACCIÓN

6.1.  Propuesta de acompañamiento pastoral para clero joven

Naturaleza y fundamentación:

      Partiendo de las palabras del Apóstol San Pablo: “Te recomiendo que avives el carisma de Dios que está en ti” (2 Timoteo 1,16); “No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros. Ocúpate en estas cosas; vive entregado a ella para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1 Timoteo. 4, 14-16).

      Entendemos por Pastoral Sacerdotal a “la acción pastoral que la Iglesia en nombre de Cristo, y en cabeza del obispo realiza ad intra del presbiterio y en medio del pueblo de Dios, para la animación, formación y acompañamiento de los sacerdotes, procurando la ‘consolidación de su vocación y elección’ (2 Pedro 1,10) en un proceso dinámico de renovación integral hacia la fidelidad para ‘mantenerse fuertes en la gracia de Cristo Jesús’ (2 Timoteo 2,1); dando con su vida y ministerio la gloria de Dios y la salvación de las almas siendo así modelo para quienes le han sido confiado (1 Timoteo 4,12)

      Para brindar un acompañamiento de acuerdo a las necesidades del clero según se presente en los años de ministerio, en la diócesis de Sololá-Chimaltenango se emprende una pastoral sacerdotal específica que favorezca al clero joven, considerando con éste término, a todos los presbíteros que se encuentren entre 0 y 7 años de ordenados.

      “Para acompañar a los sacerdotes jóvenes en esta primera delicada fase de su vida y ministerio, es más oportuno que nunca -e incluso necesario hoy- crear una adecuada estructura de apoyo, con guías y maestros apropiados, en la que puedan encontrar, de manera orgánica y continua las ayudas necesarias para comenzar bien su ministerio sacerdotal. Con ocasión de encuentros periódicos, suficientemente prolongados y frecuentes, vividos si es posible en ambiente comunitario y en residencia, se les garantizarán buenos momentos de descanso, reflexión e intercambio fraterno. Así será más fácil para ellos dar, desde el principio, una orientación evangélicamente equilibrada a su vida presbiteral” (PDV 76)

     “Participando en los encuentros de la formación permanente, los jóvenes sacerdotes podrán ofrecerse una ayuda mutua, mediante el intercambio de experiencias y reflexiones sobre la aplicación concreta del ideal presbiteral y ministerial que han asimilado en los años del seminario. Al mismo tiempo mediante su participación activa en los encuentros formativos del presbiterio podrá servir de ejemplo y estímulo a los otros sacerdotes que les aventajan en años, testimoniando así el propio amor a todo el presbiterio y su afecto por la Iglesia particular necesitada de sacerdotes bien preparados” (PDV 76).

 

Objetivo general:

     Implementar la pastoral sacerdotal que atienda a las necesidades del clero joven (0-7 años de ordenación) en la diócesis de Sololá-Chimaltenango a fin que puedan consolidar en fidelidad y santidad su vida personal y su ministerio sacerdotal para responder a los retos del tiempo presente en las circunstancias que les rodea.

 

Objetivos específicos:

1. Identificar las fortalezas, oportunidades, debilidades, amenazas y resoluciones (propuestas) del clero joven en la diócesis de Sololá-Chimaltenango.

 1.1 *El ejercicio se podrá realizar en una reunión de decanatos y los resultados serán presentados por el delegado de la Comisión de Pastoral Sacerdotal de cada decanato al encargado de la Pastoral del Clero Joven para su consecuente análisis y diseño de la propuesta.

 1.2 *El encargado de la Pastoral del Clero Joven presentará la propuesta de acción al Obispo y al pleno de la Comisión de Pastoral Sacerdotal para ser enriquecida por propuestas y luego ser aprobada para la puesta en práctica.

2. Diseñar y desarrollar líneas de acción que favorezca el acompañamiento de los sacerdotes jóvenes de la diócesis dentro y fuera de su territorio procurando especial atención de los que están solos o estuvieran viviendo una dificultad que amerite especial atención. Tal acompañamiento motivará también la integración del clero joven al presbiterio diocesano y la relación fraternal con sus otros hermanos sacerdotes en el ambiente pastoral que se desenvuelve.

 2.1 *Promover entre los fieles laicos y entre las religiosas la oración por la santidad y fidelidad alegre de los sacerdotes.

 2.2 *Se organizará un campeonato diocesano interdecanatos de foot ball y/o de Basket ball a fin de favorecer la encuentro recreativo y la salud física.

 2.3 *Contar con un espacio físico “casa del sacerdote” ( en Chimaltenango y en Sololá) que favorezca un  ambiente de acogida para el encuentro con hermanos sacerdotes, donde se pueda tomar un café…; que tenga un oratorio para el diálogo con el Señor, que en días específicos haya posibilidad de recibir orientación espiritual, confesiones y acompañamiento psicológico; círculos de formación o de estudio, etc.

 2.4 *Crear una página web de pastoral sacerdotal diocesana  en donde cada sacerdote tenga acceso a la información actualizada de la diócesis y tenga posibilidad de acceder a una biblioteca virtual e interactiva de formación permanente.

 2.5 *El delegado de la comisión de pastoral sacerdotal visitará al menos tres veces al año (dos programadas y una sorpresiva) a cada parroquia de su decanato para convivir fraternalmente y ofrecer ayuda espiritual y/o pastoral a los sacerdotes de la parroquia que visita durante el tiempo que dure. (Esta visita tendrá también como objetivo detectar a tiempo las necesidades de sus hermanos sacerdotes para, si amerita, informar al obispo y comisión de pastoral sacerdotal a fin de brindarles ayuda y seguimiento)

3.  Impulsar un programa de formación permanente que integre las dimensiones espiritual, humana, intelectual y pastoral, cuyos temas puedan brindase en las reuniones de decanato por el delegado de la comisión de Pastoral Sacerdotal o por quien se elija para tal cometido.

 3.1 *Cada año se organizarán dos encuentro de formación intensa y de convivencia para sacerdotes jóvenes (uno en Chimaltenango y otro en Sololá, en fechas distintas), el cual tendrá una duración de tres días y dos noches.

  3.1.1 -En la medida de lo posible se contará con la presencia del obispo diocesano y/u otro (s) obispo (s) invitados para favorecer la cercanía y la fraternidad.

  3.1.2 -En este encuentro se fomentará el ejercicio de la Lectio Divina, la oración personal y comunitaria, las celebraciones litúrgicas, la confesión y dirección espiritual.

  3.1.3 -Se tendrán temas específicos y de interés para clero joven en diversas áreas como: Madurez humana, afectiva y espiritual, sexualidad consagrada, Espiritualidad bíblica y litúrgica, entre otros, con invitados expertos en los temas.

 3.1.4 -Habrán momentos de sana recreación y descanso reparador.

 3.2 *Promover la participación del clero en los retiros anuales organizados por la diócesis y los encuentros nacionales de formación permanente para motivar una sólida espiritualidad en el presbiterio, fortalecer la caridad pastoral e impulsar la vida interior y la fraternidad sacerdotal en las diversas etapas del ministerio.

 3.3 * La mañana del primer lunes de mes (cada dos meses) se tendrá reuniones de formación permanente en donde se brindarán temas de dimensión espiritual, humana, pastoral e intelectual

4. Promover el cuidado preventivo integral (PAPS, retiros, excursiones, acompañamiento espiritual y psicológico, etc.

6.2.  Propuesta de formación permanente para sacerdotes de media edad (8-20 años de ministerio); mayores (21-35  años de ministerio) y edad avanzada(36 años de ministerio en adelante)

 

Objetivo General:

Impulsar y Animar  la  formación permanente del presbiterio de la diócesis de Sololá- Chimaltenango,

Con el fin de:

⎫ contar con  sacerdotes bien formados y maduros que sirvan santamente al pueblo de Dios y que sean  capaces de afrontar los desafíos del tiempo presente

⎫ que “reaviven” continuamente el don que han recibido en día de la ordenación.

⎫ que continúen el proceso de la construcción de la identidad presbiteral.

⎫ poder seguir respondiendo al llamado de Dios que, también es permanente.

⎫ que puedan  ser fieles al ministerio sacerdotal, naturaleza profunda de la formación permanente

⎫ que puedan responder debidamente al derecho del Pueblo de Dios de contar con sacerdotes maduros y bien formados.

⎫ que asuman y vivan el dinamismo de la caridad pastoral hasta las exigencias más radicales.

 

Objetivos específicos

1. Ofrecer una formación integral que abarque a la persona en su totalidad con todo lo que es y con todo lo que posee, puesto que es un “sujeto integral” el que ha sido llamado por el Señor; y, que, cultive todas las dimensiones de la personalidad equilibradamente.

1.1. Adaptar  un modelo pedagógico integral que garantice el justo equilibrio  entre las diversas dimensiones (humana, espiritual, intelectual y pastoral) de la formación permanente presbiteral.

1.2. Elaborando un listado de temas de las diversas dimensiones de la formación permanente, incluyendo temas  prácticos y técnicos de la vida diaria de los presbíteros.

1.3. Realizando una programación temática, en la que se intercalen temas de ambas dimensiones.

1.4. utilizando los medios diversos que ayuden a que la formación permanente se realice efectivamente de un modo capilar.  Entre estos medios destacan, por ejemplo, la correspondencia por vía electrónica, las reuniones de decanato y la utilización del material escrito a modo de subsidio.

1.5. motivar a los presbíteros a que saquen tiempo para su formación permanente y participen activamente en los encuentros de formación, ofreciendo su propia contribución en base a sus competencias, especialidades  y posibilidades concretas.

1.6. Establecer bibliotecas de libros variados de espiritualidad en dos o tres lugares de la diócesis que sean accesibles a todos presbiterios.

2. impulsar una formación concreta, encarnada en la realidad presbiteral, de modo que todos los sacerdotes puedan asumirla efectivamente.

2.1. Que el coordinador y subcoordinador de la comisión sacerdotal visiten los decanatos para concientizar a los sacerdotes, que en su mayoría son jóvenes, la necesidad y la importancia de la formación permanente;  y hacer comprender a los sacerdotes que ellos son en la iglesia los primeros y principales  responsables de su propia formación.

2.2. Que en una reunión de decanato,  el delegado de la comisión sacerdotal  pida a los sacerdotes de su decanato propuesta de  temas que sean de su interés, de acuerdo a su necesidad personales.

2.3. que el delegado de la comisión sacerdotal  entregue a los sacerdotes de su decanato un listado de temas de formación permanente para que puedan enlistarlos según la prioridad.

3. Establecer una formación permanente sistemática no improvisada, siguiendo un programa que comprenda y armonice todas las dimensiones de la vida sacerdotal y que pueda  cumplir con un fin preciso.

3.1. impartiendo  en los retiros mensuales temas del listado de espiritualidad organizados según prioridad  y necesidad.

3.2. impartiendo en las reuniones de decanato los temas de formación humana, intelectual  y pastoral  de una forma equilibrada de manera que no se descuide ninguna dimensión.

3.3. estableciendo  reuniones extras  de formación permanente a nivel departamental, los días lunes por la mañana, según años de ministerio,  impartiendo temas prácticos y de interés para los sacerdotes. para sacerdotes jóvenes el primer lunes de mes(cada dos meses); sacerdotes de edad media el segundo lunes de mes(cada tres meses) y sacerdotes Mayores y de edad avanzada tercer lunes del mes(cada seis meses).

3.4.  Estimular la responsabilidad auto formativa de los presbiterios en cada una de las dimensiones de la formación permanente; haciendo que  se ocupe de proveerse y de leer libros y revistas, que sean de segura doctrina y de experimentada utilidad para su vida espiritual y para un fructuoso desempeño de su ministerio.

3.5. Utilizando  como medio de formación permanente las reuniones de formación establecidas a nivel Diocesano y de Decanato.

4. Ofrecer  una formación personalizada que ofrezca acompañamiento integral a los sacerdotes  por medio de la Fraternidad sacerdotal, que constituye una valiosa ayuda para la formación permanente de los sacerdotes

4.1. concientizar a los presbiterios de la necesidad fundamental de dejarse acompañar y acompañar a otros sacerdotes por medio de la dirección espiritual.

4.2. motivar a los presbíteros para que se hagan corresponsable de la formación de sus hermanos en el presbiterio, creando un clima formativo adecuado.

4.3. Proponer  un listado de sacerdotes de la diócesis y fuera de la diócesis que puedan prestar el servicio dirección espiritual al clero de la diócesis. El señor Obispo proporcionara ese listado.

4.4. solicitar a sacerdotes mayores y experimentados de otra diócesis para que presten el servicio de confesión a los presbíteros de la diócesis que lo necesiten en los días de retiros mensuales.

4.5.  promover algunos encuentros fraternos para orar, compartir la Palabra de Dios en forma de Lectio Divina, profundizar algún tema teológico o pastoral o simplemente pasar el tiempo junto.

4.6.  promover la Mesa común, para que compartiendo los alimentos juntos los presbíteros aprendan a conocerse, escucharse y apreciarse entre si.

4.7. Aprovechar los cumpleaños de los sacerdotes y principalmente el del Obispo para convivir y promover la fraternidad presbiteral indispensable para la formación permanente.

4.8. Que los miembros de Comisión de Pastoral Sacerdotal hagan visitas amistosas y frecuentes a las  parroquias de su decanato para convivir fraternalmente, interesarse por sus necesidades espirituales y materiales;  detectar a tiempo  posibles dificultades de sus hermanos sacerdotes  y poder ayudarles a  buscar los medios necesarios para solucionarlas.

4.9. Erigir un espacio físico “casa del clero” (en Chimaltenango y en Sololá) que ofrezca todas aquellas estructuras organizativas que puedan hacerla confortable y atrayente; favorezca un  ambiente de acogida para el encuentro con hermanos sacerdotes, que tenga un oratorio para el diálogo con el Señor, que en días específicos haya posibilidad de recibir orientación espiritual, confesiones y acompañamiento psicológico; círculos de formación organizan alguna reunión fraterna y de caridad pastoral con los sacerdotes de la diócesis que han abandonado el ministerio. Su experiencia de vida puede  ayudar a otros presbíteros, que fascinados por el mundo o por una vida laical que han renunciado,  puedan tener conocimiento de decisión.