LA CATEQUESIS EN LA ACTIVIDAD MISIONERA

Y PASTORAL DE LA IGLESIA

 

I. LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA

 

1.1. El mandato misionero

1.2. La Evangelización

1.3. El proceso evangelizador

 

II. LA CATEQUESIS EN EL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN

 

2.1.  Kerigma y catequesis

2.2.  La catequesis, momento esencial del proceso de evangelización

 

III. NATURALEZA DE LA CATEQUESIS

 

IV. FINALIDAD DE LA CATEQUESIS

 

V. TAREAS FUNDAMÉNTALES DE LA CATEQUESIS

 

VI. CATEQUESIS E IGLESIA

 

VII. CATEQUESIS Y SACRAMENTOS

 

VIII. CATEQUESIS E IGLESIA

 

IX. ASPECTOS INDISPENSABLES DE LA CATEQUESIS HOY

9.1.  Catequesis Kerygmatica y misionera

9.2. Catequesis Renovada

9.3. catequesis integral

9.4. Catequesis permanente

9.5. catequesis inculturada

9.6. Catequesis y Religiosidad Popular

9.7. Catequesis sistemática

9.8.  Catequesis mistagógica

 

X.  DESTINATARIOS DE LA CATEQUESIS

 

I. LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA

« Vayan por todo el mundo y anuncien la buena nueva  a toda la creación. El que crea y se bautice se salvara; el que se niegue a creer se condenara. » (Mc 16,15-16).

 “ Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que yo les he mandado » (Mt 28, 19-20).

 “Los que acogieron la palabra de Pedro se bautizaron, y aquel día se unieron a ellos unas tres mil personas. Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones (Hechos 2, 41-42)

« Que toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre » (Fil 2,11).

 

1.1.  El mandato misionero

Jesús… fue el primero y más grande evangelizador. Anunció el Reino de Dios, como nueva y definitiva intervención divina en la historia, y definió este anuncio como « el Evangelio », es decir, la buena noticia. A él dedicó toda su existencia terrena: dio a conocer el gozo de pertenecer al Reino, sus exigencias y su « carta magna », los misterios que encierra, la vida fraterna de los que entran en él, y su plenitud futura. (DGC 34)

El mandato misionero de Jesús comporta varios aspectos, íntimamente unidos entre sí: « anunciad » (Mc 16,15), « haced discípulos y enseñad », « sed mis testigos »,  « bautizad », « haced esto en memoria mía » (Lc 22,19), « amaos unos a otros » (Jn 15,12). Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización (DGC 46).

 

1.2. La Evangelización

“La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia”; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (EN 14).

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (EN 18; Cf. EN 19-24).

 

1.3. El proceso de la evangelización

La Iglesia, aun conteniendo en sí permanentemente la plenitud de los medios de salvación, obra de modo gradual. El decreto conciliar Ad Gentes ha clarificado bien la dinámica del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad (nn. 11-12), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13), catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 15-18). 113 Este es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia (DGC 47).

Según esto, hemos de concebir la evangelización como el proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo… (DGC 48).

El proceso evangelizador, por consiguiente, está estructurado en etapas o « momentos esenciales »: la acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos, sin embargo, no son etapas cerradas: se reiteran siempre que sea necesario, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad (DGC 49).

 

II. LA CATEQUESIS EN EL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN

2.1. Kerigma y catequesis

En el proceso de la Evangelización el Primer anuncio tiene la prioridad, “tienen una función central e insustituible, porque introduce en el misterio del amor de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación personal con él en Cristo” y abre la vía para la conversión. La fe nace del anuncio y toda la comunidad eclesial tiene su origen  y vida en la respuesta de cada fiel a este anuncio” (Redemptoris Missio 44).

Más aun, “El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio mediante la fe” (RM 46). El primer anuncio lleno de ardor, transforma al hombre y lo lleva a la decisión de entregarse a Jesucristo por la fe (Cf. CT 25).

Por su parte  “la catequesis, distinta del anuncio primero de la Evangelio que ha suscitado la conversión” (CT 19), promueve y hace madurar esta conversión inicial,  incorporándolo a la comunidad cristiana (cf. DGC, 61) y “persigue el doble objetivo  de hacer madurar la fe inicial y educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. Pero en la Práctica catequética, este orden ejemplar debe tener en cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido lugar. Cierto número de niños bautizados en su infancia llegan a la catequesis parroquial, sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna explicita y personal a Jesucristo, sino solamente  la capacidad de creer puesta en ellos por el bautismo y la presencia del Espíritu Santo” (CT 19).

Así pues, gracias a la catequesis, el kerigma evangélico… se profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios implícitos, explicando mediante un discurso que va dirigido también a la razón, orientado hacia la práctica cristiana en la Iglesia  y en el mundo. Todo esto no es menos evangélico que el kerygma, por más que digan algunos que la catequesis vendría forzosamente a racionalizar, aridecer y finalmente matar lo que de más vivo, espontáneo y vibrante hay en el kerygma. Las verdades que se profundizan en la catequesis son las mismas que hicieron mella en el corazón del hombre al escucharlas por primera vez. El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas o agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida” (CT 25).

Es un hecho que en nuestras comunidades una gran multitud de personas han recibido el Bautismo, y otra gran parte la Confirmación y Comunión, y aunque son Sacramentos de Iniciación a la Vida Cristiana, muchos los han recibido sin una adecuada evangelización ahora son creyentes no practicantes. (http://www.vicariadepastoral.org.mx/proyectos)

Por otra parte,  en el proceso de la Evangelización en la actualidad, hay que tener en cuenta, también, que la formación catequética no ha tenido lugar para muchos que han recibido el primer anuncio del Evangelio y por eso no han madurado su conversión inicial, su fe inicial y no han sido educados como verdaderos discípulos de Jesús. Por esta razón la fe se duerme, se muere y a muchas veces se pierde o se vive una fe superficial, sentimental y supersticiosa.  Por falta de la catequesis existe mucho desconocimiento profundo de Cristo, de su doctrina, de la Iglesia, de la liturgia y de los sacramento.

Sin la catequesis el primer anuncio es una planta que no crece, no madura y no da fruto. Y,  sin el primer anuncio la catequesis carece de fundamento y se parece a una casa cimentada sobre terreno arenoso que tarde o temprano se derrumba totalmente (Cf. Mt.7,26-27).  Por lo tanto, se hace necesario que exista un relación de integración y de complemento reciproco entre catequesis y Kerigma.

 

2.2. La catequesis, momento esencial del proceso de evangelización

La Iglesia, aun conteniendo en sí permanentemente la plenitud de los medios de salvación, obra de modo gradual. El decreto conciliar Ad Gentes ha clarificado bien la dinámica del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad (nn. 11-12), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13), catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 15-18). Este es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia (DGC 47).

Según esto, hemos de concebir la evangelización como el proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal modo que ella:

– Impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas;

– da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que caracteriza a los cristianos;

– y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el «primer anuncio », llamando a la conversión.

– Inicia en la fe y vida cristiana, mediante la « catequesis » y los « sacramentos de iniciación », a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la comunidad cristiana.

– Alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la educación permanente de la fe (homilía, otras formas del ministerio de la Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad;

– y suscita continuamente la misión, al enviar a todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo (DGC 47).

Según esto podemos  entender  el significado y la importancia de la catequesis en contexto del proceso de la evangelización. Según el Papa Pablo VI,  la enseñanza catequética es un medio de Evangelización que no se puede descuidar y que se ha de impartir con el objeto de educar las costumbres, no de estacionarse en un plano meramente intelectual (Cf.  EN 44).

La catequesis es una etapa imprescindible en el proceso de la Evangelización, “Recordemos  ante todo que entre catequesis  y la evangelización no existe ni separación u oposición, ni identificación pura y simple, sino relaciones profundas de integración y de complemento reciproco” (Juan Pablo II, CT 18).

La Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» del 8 de diciembre de 1975, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, subrayó con toda razón que la evangelización —cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que viva de ella—, es una realidad rica, compleja y dinámica, que tiene elementos o, si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único movimiento. La catequesis es uno de esos momentos — ¡y cuán señalado!— en el proceso total de evangelización. (CT 18).

El « momento » de la catequesis es el que corresponde al período en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una fundamentación a esa primera adhesión. Los convertidos, mediante « una enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana », son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del Evangelio. Se trata, en efecto, « de iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana ». (DGC 63).

 

III. NATURALEZA DE LA CATEQUESIS

Ya desde el comienzo del cristianismo la catequesis era parte integrante del cumplimiento misionero evangelizador de la Iglesia. “Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que,  mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo” (CT, 1)

Globalmente, se puede considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana (CT, 18).

La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante una «traditio» viva y activa, de generación en generación(CT, 22).

“La catequesis es un proceso de formación en la fe, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando a la persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo. Introduce más plenamente al creyente en la experiencia de la vida cristiana que incluye la celebración litúrgica del misterio de la redención y el servicio cristiano a los otros”. (ECCLESIA IN AMERICA, 69)

La catequesis “que consiste en la educación ordenada y progresiva de la fe”, debe ser acción prioritaria en América Latina, si queremos llegar a una revocación profunda de la vida cristiana y, por lo tanto, a una nueva civilización que sea participación y comunión de personas en la Iglesia y en la sociedad (Puebla 977).

 

IV. FINALIDAD DE LA CATEQUESIS

El fin de la catequesis “es que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva, explicita y activa tanto a los niños y adolescentes como a los jóvenes y también a los adultos” (Conc. Vat. II, Decreto Christus Dominus 14)

 La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo (CT 20).

“Más concretamente, la finalidad de la catequesis, en el conjunto de la evangelización, es la de ser un período de enseñanza y de madurez, es decir, el tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por la fe la persona de Jesucristo como el solo Señor y habiéndole prestado una adhesión global con la sincera conversión del corazón, se esfuerza por conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su «misterio», el Reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que Él ha trazado a quien quiera seguirle “(CT 20).

« El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo Solo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos participes de la vida de la Santísima Trinidad (CT 5; cf. DGC 80).

La finalidad de la catequesis se expresa en la profesión de fe en el único Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo… La catequesis hace madurar la conversión inicial hasta hacer de ella una viva, explicita y operativa confesión de fe: “La catequesis tiene su origen en la confesión de fe y conduce a la confesión de la fe” (DGC 80).

 

V. TAREAS FUNDAMÉNTALES DE LA CATEQUESIS

 El Directorio General para la Catequesis del año 1997 nos hace ver las tareas fundamentales de la catequesis. “El concilio Vaticano II expreso así estas tareas: “la formación catequética ilumina y robustece la fe, alimenta la vida según el espíritu de Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a la acción apostólica” (DGC 84).

 

“Las tareas fundamentales de la catequesis son:

– Propiciar el conocimiento de la fe

   El que se ha encontrado con Cristo desea conocerle lo más posible y conocer el designio del Padre que él reveló… La catequesis debe conducir, por tanto, a « la comprensión paulatina de toda la verdad del designio divino », introduciendo a los discípulos de Jesucristo en el conocimiento de la Tradición y de la Escritura, que es la « ciencia eminente de Cristo » (Flp 3,8)… La «entrega del Símbolo », compendio de la Escritura y de la fe de la Iglesia, expresa la realización de esta tarea.

 

– La educación litúrgica

En efecto, « Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica ». La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía. La Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la dignidad de su sacerdocio bautismal. (256) Para ello, la catequesis, además de propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos, ha de educar a los discípulos de Jesucristo « para la oración, la acción de gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido  comunitario, la captación recta del significado de los símbolos… »; Ya que todo ello es necesario para que exista una verdadera vida litúrgica.

 

– La formación moral

 La catequesis debe, inculcar en los discípulos las actitudes propias del Maestro. Los discípulos emprenden, así, un camino de transformación interior en el que, participando del misterio pascual del Señor, « pasan del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo ». El sermón del Monte, en el que Jesús, asumiendo el decálogo, le imprime el espíritu de las bienaventuranzas, es una referencia indispensable en esta formación moral, hoy tan necesaria.

 

–Enseñar a orar

La comunión con Jesucristo lleva a los discípulos a asumir el carácter orante y contemplativo que tuvo el Maestro. Aprender a orar con Jesús es orar con los mismos sentimientos con que se dirigía al Padre: adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración por su gloria… Cuando la catequesis está penetrada por un clima de oración, el aprendizaje de la vida cristiana cobra toda su profundidad

 

– La educación para la vida comunitaria

La vida cristiana en comunidad no se improvisa y hay que educarla con cuidado…. En la educación de este sentido comunitario, la catequesis cuidará también la dimensión ecuménica y estimulará actitudes fraternales hacia los miembros de otras iglesias y comunidades eclesiales. Por ello, la catequesis, al proponerse esta meta, expondrá con claridad toda la doctrina de la Iglesia católica, evitando expresiones o exposiciones que puedan inducir a error

 

La iniciación a la misión

La catequesis está abierta, igualmente, al dinamismo misionero. Se trata de capacitar a los discípulos de Jesucristo para estar presentes, en cuanto cristianos, en la sociedad, en la vida profesional, cultural y social. Se les preparará, igualmente, para cooperar en los diferentes servicios eclesiales, según la vocación de cada uno….  En la educación de este sentido misionero, la catequesis preparará para el diálogo interreligioso, que capacite a los fieles para una comunicación fecunda con hombres y mujeres de otras religiones” (DGC 85).

 

VI. EL CONTENIDO DE LA CATEQUESIS

Siendo la catequesis un momento o un aspecto de la evangelización, su contenido no puede ser otro que el de toda la evangelización: el mismo mensaje —Buena Nueva de salvación— oído una y mil veces y aceptado de corazón, se profundiza incesantemente en la catequesis mediante la reflexión y el estudio sistemático; mediante una toma de conciencia, que cada vez compromete más, de sus repercusiones en la vida personal de cada uno; mediante su inserción en el conjunto orgánico y armonioso que es la existencia cristiana en la sociedad y en el mundo.CT26

Pero” hay un contenido esencial, una substancia viva, que no se puede modificar ni pasar por alto sin desnaturalizar gravemente la evangelización misma”. Esto es el Credo o mas concretamente los Símbolos de la fe, que en momentos cruciales, recogieron en síntesis felices la fe de la Iglesia (cf. EN 25)

La catequesis, por su parte, transmite los hechos y las palabras de la Revelación: debe proclamarlos y narrarlos y, al mismo tiempo, esclarecer los profundos misterios que contienen. Aún más, por ser la Revelación fuente de luz para la persona humana, la catequesis no sólo recuerda las maravillas de Dios hechas en el pasado sino que, a la luz de la misma Revelación, interpreta los signos de los tiempos y la vida de los hombres y mujeres, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación del mundo.(DGC 39)

Lo que caracteriza el contenido esencial y fundamental de toda catequesis autentica es el “cristocentrismo”, que significa:

_ En primer lugar, “que en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, «Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad»[9], que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros…El objeto esencial y primordial de la catequesis es, «el Misterio de Cristo». Catequizar es… llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su dimensión… descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios que se realiza en Él. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por Él mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la vez su Misterio CT 5

_ El cristocentrismo, en segundo lugar, significa que Cristo está « en el centro de la historia de la salvación », (312) que la catequesis presenta. El es, en efecto, el acontecimiento último hacia el que converge toda la historia salvífica

_ En tercer lugar, el cristocentrismo significa que atreves de la catequesis se transmite no la propia doctrina o la de otro maestro, sino la enseñanza de Jesucristo, la Verdad que el comunica o, mas exactamente, la Verdad que El es. Así pues hay que decir que en la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca CT6

El cristocentrismo de la catequesis conduce a la fe en un Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, al Misterio Trinitario (Cf DGC 99). “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el Misterio de Dios en si mismo. Es pues, fuente de todos los otros misterios de la fe, es luz que ilumina” (CIC 234). Por lo cual, otro de los contenidos esenciales de la catequesis es el Misterio de la Santísima Trinidad.

También, contenido de la catequesis son las exigencias morales personales correspondientes al Evangelio y las actitudes cristianas ante la vida y ante el mundo, ya sean heroicas, ya las más sencillas: nosotros las llamamos virtudes cristianas o virtudes evangélicas.

 

VII. CATEQUESIS Y SACRAMENTOS

La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres…..De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Por una parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe.  Por otra parte, la práctica auténtica de los sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos y la catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental” (CT 23).

En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización. Porque es seguro que si los sacramentos se administran sin darles un sólido apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global, se acabaría por quitarles gran parte de su eficacia” (EN47).

Se descubre pues una catequesis orientada a una precipitada preparación para la recepción de los sacramentos, casi exclusivamente doctrinal e intelectualizada, desconectada de un proyecto catequístico para la iniciación cristiana y a veces a la misma vida eclesial, sin acompañar en el seguimiento de Jesús, dando lugar a que el proceso de iniciación cristiana se haya convertido de hecho en proceso de “conclusión” de vida cristiana… La primera comunión se convierte en excomunión, ya que muchos de los que la reciben no se integran a la comunidad o no se refleja en su vida la recepción de este sacramento. En muchos casos se accede a la celebración individual de los sacramentos sin una integración a la comunidad.  (http://www.vicariadepastoral.org.mx/proyectos)

 

VIII. CATEQUESIS E IGLESIA

      La catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el incremento numérico sino también, y más todavía, el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio de Dios, dependen esencialmente de ella (CT 13).

 

a) La catequesis: derecho y deber de la Iglesia

     Es evidente, ante todo, que la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un deber sagrado y un derecho imprescriptible. Por una parte, es sin duda un deber que tiene su origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los que en la Nueva Alianza reciben la llamada al ministerio de Pastores. Por otra parte, puede hablarse igualmente de derecho: desde el punto de vista teológico, todo bautizado por el hecho mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana (CT 14)

La catequesis debe tener un lugar prioritario entre los proyectos pastorales de la Iglesia. “Cuanto más capaz sea, a escala local o universal, de dar la prioridad a la catequesis —por encima de otras obras e iniciativas cuyos resultados podrían ser más espectaculares—, tanto más la Iglesia encontrará en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa como misionera. En este final del siglo XX, Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una tarea absolutamente primordial de su misión. Es invitada a consagrar a la catequesis sus mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar personal capacitado. la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable (CT 15).

La catequesis, finalmente, tiene una íntima unión con la acción responsable de la Iglesia y de los cristianos en el mundo. Todo el que se ha adherido a Jesucristo por la fe y se esfuerza por consolidar esta fe mediante la catequesis, tiene necesidad de vivirla en comunión con aquellos que han dado el mismo paso. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso la comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus miembros, pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido (CT  24).

 

IX. ASPECTOS INDISPENSABLES DE LA CATEQUESIS HOY

a) Catequesis Kerygmatica y misionera

En estos momentos de la historia religiosa guatemalteca que estamos viviendo vemos la necesidad urgente de una intervención institucionalizada del primer anuncio a nivel general de todos los fieles católicos. Hemos recibido un primer anuncio hace 500 años con un  método de religiosidad popular. Primer anuncio que hizo sembrar la semilla de la fe en nuestras culturas. Primer  anuncio que las primeras generaciones no transmitieron y que por eso la fe no creció, no maduro y fructifico.

Desde aquellos días también se inició a hacer ver la necesidad de los sacramentos pero con argumentos que quizá no tenía mucho que ver con el sentir cristiano. Por ejemplo el argumento de que sin un niño no se bautiza se queda a un nivel “animal”.

En nuestros días los cristianos católicos reciben los sacramentos pero únicamente por costumbre, por obligación, por superstición y  como parte de un fiesta, no muy cristiana que digamos. Aunque a los que reciben los sacramentos se les imparten unas pláticas previas, sin embargo, no se logra hacer que haya una práctica perseverante en los sacramentos que han recibido.

Pastoralmente el bautismo de los niños crea una dificultad porque los niños recién nacidos reciben el sacramento del bautismo inconscientemente, sin poder hacer un acto de fe y un acto de adhesión a Jesucristo. Más tarde viene a recibir una formación para el sacramento de la Eucaristía sin haber recibido una formación en la fe que sus papas se comprometieron a darles el día de su bautismo. Lo mismo podríamos decir de la recepción de los otros sacramentos.

Como muchos años atrás, los sacramentos se  celebraban sin ninguna preparación catequética, ahora la mayoría de fieles se resisten y se recienten, muchas veces, al recibir una catequesis previa a la recepción de los sacramentos, incluso,  argumentan que por la formación que tienen que recibir,  muchos católicos se van al protestantismo.

La causa de estas y otras dificultades es que hace falta el kerygma evangélico, primer anuncio lleno de ardor que transforma al hombre, que suscita  la conversión, que lo lleva a la decisión de entregarse y de adherirse a Jesucristo por la fe de manera explícita y personal.

Por eso, la Iglesia desea que, ordinariamente, una primera etapa del proceso catequizador esté dedicada a asegurar la conversión. En la « misión ad gentes », esta tarea se realiza en el « precatecumenado ». En la situación que requiere la « nueva evangelización » se realiza por medio de la « catequesis kerigmática », que algunos llaman « precatequesis », Sólo a partir de la conversión, y contando con la actitud interior de « el que crea », la catequesis propiamente dicha podrá desarrollar su tarea específica de educación de la fe  (DGC 62)

Por esta razón es que en nuestro tiempo, la «catequesis» debe a menudo preocuparse, no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe. (CT  19).

Sin embargo, la catequesis deber ser una enseñanza, bastante completa, que no se detenga en el primer anuncio del misterio cristiano, cual lo tenemos en el kerigma; (Cf. CT  21).

Si la catequesis hace bien, los cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana. La catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero. (CT  14).

El hecho de que la catequesis, en un primer momento, asuma estas tareas misioneras evangelizadora, no dispensa a una Iglesia particular de promover una intervención institucionalizada del primer anuncio, como la actuación más directa del mandato misionero de Jesús. La renovación catequética debe cimentarse sobre esta evangelización misionera previa. (DGC  62).

 

b) Catequesis Renovada

Frente a un mundo que cambia y frente al actual proceso de maduración de las Iglesias en América Latina, el movimiento Catequético siente la necesidad de una profunda renovación. Renovación que manifiesta la voluntad de la Iglesia  y de sus responsables, de llevar adelante su misión fundamental: educar eficazmente la fe de los -niños-, jóvenes y de los adultos, en todos los ambientes. Fallar a esto seria traicionar, a un mismo tiempo, a Dios que le ha confiado su Mensaje y al hombre que lo necesita para salvarse (Medellin cap. 8.I.1)

Ciertamente “la catequesis tiene necesidad de renovarse continuamente en un cierto alargamiento de su concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de un lenguaje adaptado, en el empleo de nuevos medios de transmisión del mensaje” (CT 17).

Esta renovación no siempre tiene igual valor… junto a un progreso innegable en la vitalidad de la actividad catequética y a iniciativas prometedoras, -están- las limitaciones o incluso las «deficiencias» de lo que se ha realizado hasta el presente… para la catequesis «la repetición rutinaria, que se opone a todo cambio, por una parte, y la improvisación irreflexiva que afronta con ligereza los problemas, por la otra, son igualmente peligrosas». La repetición rutinaria lleva al estancamiento, al letargo y, en definitiva, a la parálisis. La improvisación irreflexiva engendra desconcierto en los catequizados y en sus padres, cuando se trata de los niños, causa desviaciones de todo tipo, rupturas y finalmente la ruina total de la unidad” (CT 17)

 

c) catequesis integral

Necesitamos una catequesis integral que abarque todas las esferas de la vida cristiana (Cf. CT 21), que obedezca a un proceso integral, es decir, que comprenda varias dimensiones, todas organizadas entres si en unidad vital (DA 279).

“La catequesis no puede limitarse a una formación meramente doctrinal sino que ha de ser una verdadera escuela de formación integral” (DA 299). “Impartir una educación integral de la fe que incluya los siguientes aspectos: -la capacitación del cristianismo para dar razón de su esperanza; – la capacidad de dialogar ecuménicamente con los demás cristianos; – una buena formación para la vida moral, asumida como seguimiento de Cristo, acentuando la vivencia de la bienaventuranzas; – la formación gradual para una positiva ética sexual cristiana; la formación para la vida política y para la doctrina social de la iglesia (DP 1008).

 

En toda catequesis integral hay que unir siempre de modo inseparable:

__  El conocimiento de la Palabra de Dios,

__  La celebración de la fe en los sacramentos

__  La confesión de la fe en la vida cotidiana (DP 999)

Pero sobre todo se requiere que la catequesis transmita integralmente su contenido.  “A fin de que la oblación de su fe sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la «palabra de la fe» no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor. Traicionar en algo la integridad del mensaje es vaciar peligrosamente la catequesis misma y comprometer los frutos que de ella tienen derecho a esperar Cristo y la comunidad eclesial” (CT 30).

Por eso, un criterio fundamental de la catequesis es el de salvaguardar la integridad del mensaje, evitando presentaciones parciales o deformadas del mismo (DGC 111)

Presentar el mensaje evangélico íntegro, sin silenciar ningún aspecto fundamental o realizar una selección en el depósito de la fe. La catequesis, al contrario, « debe procurar diligentemente proponer con fidelidad el tesoro íntegro del mensaje cristiano ». Esto debe hacerse, sin embargo, gradualmente, siguiendo el ejemplo de la pedagogía divina, con la que Dios se ha ido revelando de manera progresiva y gradual (DGC 112).

 

d) Catequesis permanente

Desde el año 1979 los documentos de puebla hablan de una catequesis permanente. En cuanto a “la acción catequética: se favorecerá la catequesis permanente, desde la niñez hasta la ancianidad por la mutua integración entre sí de la comunidades o instituciones que catequizan, a saber: la familia, la escuela, la parroquia, las movimientos y las diversas comunidades o grupos (DP 1011).

Aparecida por su parte dice que “la catequesis no debe ser ocasional, reducida a los momentos previos a los sacramentos o la iniciación cristiana, sino mas bien `un itinerario catequético permanente´. Por esto, compete a cada Iglesia particular, con la ayuda de la Conferencias  Episcopales establecer un proceso catequético orgánico y progresivo que se extiendo por todo el arco de la vida, desde la infancia hasta la ancianidad, teniendo en cuenta que el Directorio General de Catequesis considera la catequesis de adultos como la forma fundamental de la educación en la fe (DA 298).

La catequesis en cuanto que es un servicio a la educación permanente de la fe se puede dividir en dos grandes momentos: La catequesis de base  y la catequesis permanente. La catequesis de base  es la que prepara a la recepción de los sacramentos de la iniciación cristina y la catequesis permanente, necesidad imprescindible en el proceso de la educación permanente de la fe, lo constituye la catequesis de adulto.

La catequesis permanente es posterior a la catequesis básica y la supone. La catequesis de iniciación de adultos, de niños y jóvenes pone las  bases de la vida cristiana en los seguidores de Jesús, pero la catequesis permanente  asegura el proceso de conversión permanente y de madures permanente de la fe (Cf. DGC 69).

La catequesis en cuanto educación permanente de la fe se dirige no solo a cada cristiano sino también a la comunidad cristiana como tal, para que vaya madurando tanto en su vida interna de amor a Dios y de amor fraterno, cuanto en su apertura al mundo como comunidad misionera (Cf. DGC 70).

El Directorio General de la catequesis del año 1997 en su número 71 nos presenta las formas múltiples de catequesis permanente. “Entre otras –nos dice- se pueden destacar las siguientes:

     – El estudio y profundización de la Sagrada Escritura leída no solo en la Iglesia, sino con la Iglesia y su fe siempre viva… La denominada «lectio divina» es forma eminente de este estudio vital de las Escrituras.

    – La lectura cristiana de los acontecimientos, que viene exigida por la vocación misionera de la comunidad cristiana. Para hacer esta lectura, el estudio de la doctrina social de la Iglesia es indispensable, ya que « su objetivo principal es interpretar esas realidades…  examinando su conformidad o disconformidad con lo que el Evangelio enseña ».

    – La catequesis litúrgica, que prepara a los sacramentos y favorece una comprensión y vivencia más profundas de la liturgia. Esta catequesis explica los contenidos de la oración, el sentido de los gestos y de los signos, educa para la participación activa, para la contemplación y el silencio.

    – La catequesis ocasional que, ante determinadas circunstancias de la vida personal, familiar, eclesial y social, trata de ayudar a interpretarlas y vivirlas desde la fe (DGC 217).

    – Las iniciativas de formación espiritual, que fortalecen las convicciones, descubren nuevas perspectivas y hacen perseverar en la oración y en los compromisos del seguimiento de Cristo.

    – La profundización sistemática del mensaje cristiano, por medio de una enseñanza teológica que eduque realmente en la fe, haga crecer en la inteligencia de la misma y capacite al cristiano para dar razón de su esperanza en el mundo actual”.

 

e) catequesis inculturada

Para comprende este aspecto de la catequesis debemos recordar que “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar…” (EN 14).

Lo que importa a la Iglesia es evangelizar “no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíce la cultura y las culturas del hombre (EN 20). Y en este encuentro con las diversas culturas la Iglesia se ve comprometida en el proceso de Inculturación (Cf. RM 52).

El proceso de inserción de la Iglesia en las cultural de los pueblos requiere lago tiempo: no se trata de una mera adaptación externa, ya que la inculturación “significa una intima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas” (RM 52).

La « inculturación » de la fe, por la que se « asumen en admirable intercambio todas las riquezas de las naciones dadas a Cristo en herencia », es un proceso profundo y global y un camino lento. Se trata  de la penetración del Evangelio en los niveles más profundos de las personas y de los pueblos, afectándoles « de una manera vital, en profundidad y hasta las mismas raíces » de sus culturas (DGC 109).

La originaria inculturación de la Palabra de Dios y el modelo referencial para toda evangelización de la Iglesia consiste en que Cristo, por su encarnación, se unió a las concretas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivio (Cf. DGC 109).

Por medio de la Inculturación la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad, transmite  alas mismas sus propios valores, asumiendo lo que de bueno en ellas y renovándolas desde dentro (RM 52).

La catequesis, siendo parte esencial del proceso de evangelización, “está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias” (CT 53).

La catequesis, “el Evangelio y, por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas” (EN 20).

En este proceso de inculturación, la catequesis “recordará a menudo dos cosas:

– por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el medio cultural en el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún «humus» cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;

– por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas CT 53.

    Más bien “se trata de se trata de « asumir », por una parte, aquellas riquezas culturales que sean compatibles con la fe; pero se trata también, por otra parte, de ayudar a « sanar » y « transformar » aquellos criterios, líneas de pensamiento o estilos de vida que estén en contraste con el Reino de Dios (DGC 109).

En esta inculturación de la fe, a la catequesis, se le presentan en concreto diversas tareas. Entre ellas cabe destacar:

– Considerar a la comunidad eclesial como principal factor de inculturación…

– Elaborar unos Catecismos locales que respondan « a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas », presentando el Evangelio en relación a las aspiraciones, interrogantes y problemas que en esas culturas aparecen.

– Realizar una oportuna inculturación en el Catecumenado y en las instituciones catequéticas, incorporando con discernimiento el lenguaje, los símbolos y los valores de la cultura en que están enraizados los catecúmenos y catequizandos.

– Presentar el mensaje cristiano de modo que capacite para « dar razón de la esperanza » (1 P 3,15) a los que han de anunciar el Evangelio en medio de unas culturas a menudo ajenas a lo religioso, y a veces post cristianas.

– conocer en profundidad la cultura de las personas y el grado de penetración en su vida;

–reconocer la presencia de la dimensión cultural en el mismo Evangelio

–anunciar el cambio profundo, la conversión, que el Evangelio, como fuerza « transformadora y regeneradora »,(29) opera en las culturas;

– dar testimonio de que el Evangelio transciende toda cultura y no se agota en ella y, a la vez, discernir las semillas del Evangelio que pueden estar presentes en cada una de las culturas;

– promover al interior de cada una de las culturas a evangelizar una nueva expresión del Evangelio, procurando un lenguaje de la fe que sea patrimonio común de los fieles, y por tanto factor fundamental de comunión.

– mantener íntegros los contenidos de la fe de la Iglesia. (DGC 109.203)

Podemos decir en conclusión que “la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada” (EN 20).

 

f) Catequesis y Religiosidad Popular

     La acción catequética no puede ignorar el hecho de que la religiosidad popular es elemento valido en América Latina. No puede prescindirse de ella, por importancia, seriedad y autenticidad con que es vivida por muchas personas, sobre todo en los ambientes populares. La religiosidad popular puede ser ocasión o punto de partida para un anuncio de la fe (Medellín Cap. 8, I.2).

 Antes que nada debemos entender que “la realidad indicada con la palabra “religiosidad popular”, se refiere a un experiencia universal: en el corazón de toda persona, como en la cultura de todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está siempre presente una dimensión religiosa. Todo pueblo, de hecho, tiende a expresar su visión total de la trascendencia y su concepción de la naturaleza, de la sociedad y de la historia, a través de mediaciones culturales, en una síntesis característica, de gran significado humano y espiritual.  La religiosidad popular no tiene relación,  necesariamente, con la revelación cristiana. Pero en muchas regiones, expresamente en una sociedad impregnada de diversas formas de elementos cristianos, da lugar a una especie de “catolicismo popular”, en el cual coexisten, más o menos armónicamente, elementos provenientes del sentido religioso de la vida, de la cultura propia de un pueblo, de la revelación cristina (DPPL, 10).

Sin embargo, “la religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial” (EN 48).

Además, “las expresiones de la religiosidad popular aparecen, a veces, contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina católica. En esos casos, dichas manifestaciones han de ser purificadas con prudencia y paciencia, por medio de contactos con los responsables y una catequesis atenta y respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias medidas claras e inmediatas.

Corresponde a la enseñanza catequética la valorización de los elementos validos de la religiosidad popular (Cf. CT 54). Se requiere, pues, una catequesis que, asumiendo tal riqueza religiosa, sea capaz de percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, ayudándola a superar los riesgos de fanatismo, de superstición, de sincretismo y de ignorancia religiosa. « Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo ». (DGC 195)

Una adecuada catequesis debe enseñar que la religiosidad popular tienen su natural culminación en la celebración litúrgica, hacia la cual, aunque no confluya habitualmente, debe idealmente orientarse (Cf. DPPL p. 10)

Una enseñanza catequética adecuada, atenta, respetuosa y paciente  ayuda a trasformar la religiosidad popular, “en “piedad popular”, es decir, religión del pueblo” (EN 48).  “El termino piedad popular”, designa aquí las diversas manifestaciones cultuales, de carácter privado o comunitario, que en el ámbito de la fe cristiana se expresa principalmente, no con los modos de la sagrada liturgia, sino con las formas peculiares derivadas del genio de un pueblo o de una etnia y de su cultura. La piedad popular, considerada justamente como “un verdadero tesoro” del pueblo de Dios” (DPPL 9).

Esta piedad popular  refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción” (EN 48; DGC 195).

Y  “para lograr que la fe del pueblo alcance madurez y profundidad, por lo cual dicha piedad popular se basara en la Palabra de Dios y en sentido de permanencia a la Iglesia” (DP 960).

 

g) Catequesis sistemática

Frente las dificultades prácticas que existen actualmente en la enseñanza catequética hay que señalar “la gran necesidad de una catequesis orgánica y bien ordenada, ya que esa reflexión vital sobre el misterio mismo de Cristo es lo que principalmente distingue a la Catequesis de todas las demás formas de presentar la Palabra de Dios» (CT 21)

La catequesis es una formación orgánica y sistemática de la fe. El Sínodo de 1977 subrayó la necesidad de una catequesis « orgánica y bien ordenada » (DGC 67).

 

Hay que subrayar algunas características de esta enseñanza catequética:

–  debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que le permita llegar a un fin preciso;

–  una enseñanza elemental que no pretenda abordar todas las cuestiones disputadas ni transformarse en investigación teológica o en exégesis científica;

–  una enseñanza, no obstante, bastante completa, que no se detenga en el primer anuncio del misterio cristiano, cual lo tenemos en el kerigma. (CT 21)

Sin olvidar la importancia de múltiples ocasiones de catequesis, relacionadas con la vida personal, familiar, social y eclesial, que es necesario aprovechar, insisto en la necesidad de una enseñanza cristiana orgánica y sistemática, dado que desde distintos sitios se intenta minimizar su importancia (CT 21).

 Por lo demás, la integridad no dispensa del equilibrio ni del carácter orgánico y jerarquizado, gracias a los cuales se dará a las verdades que se enseñan, a las normas que se transmiten y a los caminos de la vida cristiana que se indican, la importancia respectiva que les corresponden (CT 31).

El mensaje que transmite la catequesis tiene « un carácter orgánico y jerarquizado », constituyendo una síntesis coherente y vital de la fe. Se organiza en torno al misterio de la Santísima Trinidad, en una perspectiva cristocéntrica, ya que este misterio es « la fuente de todos los otros misterios de la fe y la luz que los ilumina ». A partir de él, la armonía del conjunto del mensaje requiere una « jerarquía de verdades », por ser diversa la conexión de cada una de ellas con el fundamento de la fe cristiana. Ahora bien « esta jerarquía no significa que algunas verdades pertenezcan a la fe menos que otras, sino que algunas verdades se apoyan en otras como más principales y son iluminadas por ellas ». (DGC 114).

Todos los aspectos y dimensiones del mensaje cristiano participan de esta organicidad jerarquizada:

– La historia de la salvación, al narrar las “maravillas de Dios” (mirabilia Dei), las que hizo, hace y hará por nosotros, se organiza en torno a Jesucristo, « centro de la historia de la salvación »…

– El Símbolo apostólico muestra cómo la Iglesia ha querido siempre presentar el misterio cristiano en una síntesis vital

– Los sacramentos son, también, un todo orgánico, que como fuerzas regeneradoras brotan del misterio pascual de Jesucristo, «formando un organismo en el que cada sacramento particular tiene su lugar vital »

– El doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, es —en el mensaje moral— la jerarquía de valores que el propio Jesús estableció: « De estos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas » (Mt 22, 40)…

– El Padre nuestro, condensando la esencia del Evangelio, sintetiza y jerarquiza las inmensas riquezas de oración contenidas en la Sagrada Escritura y en toda la vida de la Iglesia… (DGC 115).

 

h) Catequesis mistagógica

El Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica, “Sacramentum Caritatis”  en el apartado acerca de la Actuosa Participación de los fieles en celebración Eucarística y en los otros ritos de la Iglesia ha propuesto  la necesidad de una catequesis mistagógica.

El concilio Vaticano II puso un énfasis particular en la participación activa, plena y fructuosa de todo el Pueblo de Dios en la celebración Eucarística… Sigue siendo totalmente valida la recomendación de la Constitución Conciliar Sacrosantum Concilium, que exhorta a los fieles a no asistir a la eucaristía “como espectadores mudos o extraños”, sino a participar “consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada (Sacramentum Caritatis 52)

Ante la importancia esencial de esta participatio personal y consciente, ¿cuales pueden ser los instrumentos formativos idóneos?  A este respecto, los Padres sinodales han propuesto unánimemente una catequesis de carácter mistagógico que lleve a los fieles a adentrarse cada vez más en los misterios celebrados (SC 64).

 El itinerario mistagógico tiene que tener en cuenta tres elementos:

Ante todo, la interpretación de los ritos  a la luz de los acontecimientos salvíficos, según la tradición viva de la Iglesia…

Además, la catequesis mistagógica ha de introducir en el significado de los signos contenidos en los ritos…Mas que informar, la catequesis mistagógica debe despertar y educar la sensibilidad de los fieles ante el lenguaje de los signos y gestos que unidos a la palabra, constituyen el rito. Finalmente la catequesis mistagógica ha de enseñar el significado de los ritos en relación con la vida cristiana en todas sus facetas, como el trabajo actividad y el descanso. Forma parte del itinerario mistagógico subrayar  la relación entre los misterios celebrados en el rito y la responsabilidad  misionera de los fieles. En este sentido, el resultado final de la mistagogía es tomar conciencia de que la propia vida es trasformada progresivamente por lo santos misterios que se celebran (SC 64).

 

X. DESTINATARIOS DE LA CATEQUESIS

Párvulos

Esta etapa de la vida, en la que tradicionalmente se distingue la primera infancia o edad preescolar de la niñez, se caracteriza, a los ojos de la fe y de la misma razón, por tener la gracia de una vida que comienza, « de la cual brotan admirables posibilidades para la edificación de la Iglesia y humanización de la sociedad », y al mismo tiempo grandes necesidades a las que hacer frente. El niño, hijo de Dios por el don del Bautismo, es considerado por Cristo miembro privilegiado del Reino de Dios. (DGC 177)

La infancia es “un momento… en que el niño pequeño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla revelación del Padre celeste, bueno y providente, al cual aprende a dirigir su corazón. Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán el principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya Palabra comenzará a escuchar después. Ante los padres cristianos nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación precoz, mediante la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con Dios: obra capital que exige gran amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana (CT 36).

 

Niños

La niñez es “el momento de una catequesis destinada a introducir al niño de manera orgánica en la vida de la Iglesia, incluida también una preparación inmediata a la celebración de los sacramentos: catequesis didáctica, pero encaminada a dar testimonio de la fe; catequesis inicial, mas no fragmentaria, puesto que deberá revelar, si bien de manera elemental, todos los principales misterios de la fe y su repercusión en la vida moral y religiosa del niño; catequesis que da sentido a los sacramentos, pero a la vez recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en meramente doctrinal, y comunica al niño la alegría de ser testimonio de Cristo en su ambiente de vida (CT 37).

 

Adolescentes

Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que presenta esa edad. Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo interior, el momento de los proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así como los impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento de una alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la vida. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más profundos, de búsquedas angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues sobre sí mismo; a veces también la edad de los primeros fracasos y de las primeras amarguras. La catequesis no puede ignorar esos aspectos fácilmente cambiantes de un período tan delicado de la vida. Podrá ser decisiva una catequesis capaz de conducir al adolescente a una revisión de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore sus grandes temas, —la donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es la sexualidad… (CT 38).

 

Jóvenes

Con la edad de la juventud llega la hora de las primeras decisiones. Ayudado tal vez por los miembros de su familia y por los amigos, más a pesar de todo solo consigo mismo y con su conciencia moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más determinante, deberá asumir su destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se enfrentarán cada vez más en su interior como categorías morales, pero también y sobre todo como opciones fundamentales que habrá de efectuar o rehusar con lucidez y sentido de responsabilidad. … (CT 39).

En cuanto a la catequesis destinada a los jóvenes, “Se ha de tener presente las diferentes situaciones religiosas: jóvenes no bautizados; jóvenes bautizados que no han realizado el proceso catequético ni completado la iniciación cristiana; jóvenes que atraviesan crisis de fe a veces graves; otros con posibilidades de hacer una opción de fe o que la han hecho y esperan ser ayudados” (DGC 184).

 

Adultos.

Esta es la forma principal de la catequesis porque está dirigida a las personas que tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada. La comunidad cristiana no podría hacer una catequesis permanente sin la participación directa y experimentada de los adultos, bien sean ellos destinatarios o promotores de la actividad catequética ct 43

 

Entre los adultos a quienes se dirige y están:

–– adultos creyentes, que viven con coherencia su opción de fe y desean sinceramente profundizar en ella; (DGC 172)

–– a los que, nacidos y educados en regiones todavía no cristianizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias de la vida les hicieron encontrar; (CT 44)

–– a los que en su infancia recibieron una catequesis proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles;( CT 44)

–adultos bautizados que no recibieron una catequesis adecuada; o que no han culminado realmente la iniciación cristiana; o que se han alejado de la fe, hasta el punto de que han de ser considerados « cuasicatemúmenos »; (DGC 172)

–– a los que se resienten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; (CT 44)

–– a los que, aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente cristiano, nunca fueron educados en su fe y, en cuanto adultos, son verdaderos catecúmenos; (CT 44)

–– adultos no bautizados, que necesitan, en sentido propio, un verdadero catecumenado. (DGC 172)

–– También debe hacerse mención de aquellos adultos que provienen de confesiones cristianas no en plena comunión con la Iglesia católica. (DGC 172)

 

Los Ancianos

Los adultos de cualquier edad, incluidas las personas de edad avanzada… son destinatarios de la catequesis igual que los niños, los adolescentes y los jóvenes CT 44).

La importancia pastoral de este período de la vida no se reconoce suficientemente.En nuestros días aumenta siempre más el número de las personas ancianas. Y muchas veces son descuidadas en la moderna sociedad. Por lo que respecta a la actividad pastoral, este es un punto para tenerse muy presente. En realidad los ancianos pueden ofrecer grandes servicios a la comunidad con su laboriosidad no siempre valorada justamente, y con el testimonio de su experiencia.

Además es un deber de justicia ayudar a los ancianos a través de la catequesis a prepararse para la muerte que está biológicamente próxima —en una cierta medida— y socialmente está ya en acto, por el hecho de que ya no se espera casi nada de su actividad (DCG 95).

Las personas de esta edad, a veces considerados como objeto pasivo, más o menos molesto, es necesario, sin embargo, verlas a la luz de la fe, como un don de Dios a la Iglesia y a la sociedad, a las que hay que dedicarles también el cuidado de una catequesis adecuada. Tienen a ella el mismo derecho y deber que los demás cristianos (DGC 186)

 

Catequesis diversificadas y complementarias

. Habría que hablar también de los emigrantes, de las personas marginadas por la evolución moderna, de las que viven en las barriadas de las grandes metrópolis, a menudo desprovistas de iglesias, de locales y de estructuras adecuadas (CT 44).

 

SEGUNDA PARTE

LA PASTORAL DE CATEQUISTAS EN LA IGLESIA PARTICULAR

 

INTRODUCCIÓN

 

I.   VOCACIÓN DEL CATEQUISTA.

 

II.   IDENTIDAD DEL CATEQUISTA

 

III. IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS

 

IV. FINALIDAD DE LA FORMACIÓN LOS CATEQUISTAS

 

V. CRITERIOS INSPIRADORES DE LA FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS

 

VI. DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS   

a. Global y específica

b. El ser, el saber, el saber hacer

c. Formación humana

d. Formación espiritual

e. Formación intelectual-doctrinal

f. Formación pastoral

g. Formación apostólica

h. Formación misionera

i. Formación catecumenal

j. La formación pedagógica

k. Formación permanente

 

VII. CONTENIDO DE LA FORMACIÓN DOCTRINAL DE LOS CATEQUISTAS

 

VIII. TIPOS DE CATEQUISTAS NECESARIOS

a. Para la enseñanza de la doctrina cristiana

b. Según el grado de formación

c. Según grados diversos de dedicación

 

IX. CENTROS DE FORMACIÓN CATEQUÉTICA

a. Escuelas de catequistas de base. Las parroquias

b. Escuelas para responsables de la formación de catequistas. Escuelas departamentales

c. Centros superiores para peritos en catequesis. Escuelas diocesanas o iterdiocesana

 

X. CRITERIOS ESENCIALES DE ELECCIÓN PARA DESIGNAR CATEQUISTAS

a. Criterios humanos básicos

b. Criterios espirituales

c. Criterios eclesiales

d. Quienes no deberían ser catequistas

 

 

XI. CRITERIOS DE ACCIÓN PARA LA ORGANIZACIÓN Y FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS

Objetivo general

Objetivos Específicos

XII. CONTENIDO TEMATICO DE LA FORMACION  DE LOS CATEQUISTAS

 

a. KERIGMA: EVANGELIZACIÓN FUNDAMENTAL

 

– RETIRO KERIGMATICO INICIAL   I

             HORARIO DEL RETIRO

– RETIRO KERIGMATICO INICIAL  II

   HORARIO DEL RETIRO

 

– CALENDARIO DE LOS RETIROS KERIGMATICOS

PROPUESTA UNO

PROPUESTA DOS

PARA CATEQUISTAS FORMADORES EVANGELIZADOSY EVANGELIZADORES

 

b. DIDAGE: ENSEÑANZA

 

– FORMACIÓN CATEQUÉTICA: EN SER, EN EL SABER Y EN EL SABER HACER

   CALENDARIO DE CONTENIDO DE LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS

 

XIII. ESCUELAS DE FORMACION PARA CATEQUISTAS FORMADORES Y

     CATEQUISTAS DE BASE

 

a. ESCUELAS DEPARTAMENTALES DE FORMACIO PARA CATEQUISTAS

             FORMADORES

 

– ESCUELA DE CHIMALTENANGO Y ESCUELA DE SOLOLÁ

 

b. ESCUELAS PARROQUIALES DE FORMACION PARA CATEQUISTAS DE BASE

 

– ESCUELAS PARROQUIALES DE CHIMALTENANGO Y

              ESCUELAS PARROQUIALES DE SOLOLÁ

 

XIV. HORARIOS DE CLASES PARA CATEQUISTAS FORMADORES Y

     CATEQUISTAS DE BASE

 

INTRODUCCION

Comenzamos diciendo que los catequistas “constituyen – bajo la guía de los Pastores – una fuerza de primer orden para la evangelización…. desde los primeros siglos del Cristianismo y en todas las épocas de renovado impulso misionero, han dado siempre, y siguen prestando todavía, “una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la Iglesia” (GC 1).

La presencia del catequista es tan antigua como la catequesis. Considerando la catequesis como una enseñanza ordenada y sistemática de la fe, lógicamente a los que transmiten esta enseñanza se les denomina catequistas. Catequista viene de catequesis. Catequista es que enseña la fe de una forma ordenada y sistemática. Siendo así que Jesucristo fue el primer “Catequista” por excelencia, “Catequista de los Catequistas” porque el enseñaba. “Es evidente que los Evangelios indican claramente los momentos en que Jesús enseña, “Jesús hizo y enseño” Jesús enseñó. Este es el testimonio que Él da de sí mismo: «Todos los días me sentaba en el Templo a enseñar» (CT 7).

Podríamos decir que los apóstoles fueron, después de Jesús,  los primeros “catequistas” que encabezaron esa legión, de ayer, de hoy y de siempre, tan benemérita de la obra de las misiones entre los gentiles. “La imagen de Cristo que enseña se había impreso en la mente de los Doce y de los primeros discípulos, y la consigna «Id y haced discípulos a todas las gentes» orientó toda su vida” (CT 10).

Los Apóstoles no tardan en compartir con los demás el ministerio del apostolado. Transmiten a sus sucesores la misión de enseñar. Ellos la confían también a los diáconos desde su institución: Esteban, «lleno de gracia y de poder», no cesa de enseñar, movido por la sabiduría del Espíritu. Los Apóstoles asocian en su tarea de enseñar a «otros» discípulos; e incluso simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas partes predicando la palabra (CT 11).

Para el buen funcionamiento del ministerio catequético en la Iglesia particular es preciso contar, ante todo, con una adecuada pastoral de los catequistas. En ella varios aspectos deben ser tenidos en cuenta. Se ha de tratar, en efecto, de:

⇒ Suscitar en las parroquias y comunidades cristianas vocaciones para la catequesis

⇒  Promover un cierto número de « catequistas a tiempo pleno, junto a la promoción de « catequistas de tiempo parcial », que ordinariamente serán los más numerosos.

⇒ Establecer una distribución más equilibrada de los catequistas entre los sectores de destinatarios que necesitan catequesis. La toma de conciencia de la necesidad de una catequesis de jóvenes y adultos, por ejemplo, obligará a establecer un mayor equilibrio respecto al número de catequistas que se dedican a la infancia y adolescencia.

⇒ Promover animadores responsables de la acción catequética, que asuman responsabilidades en el nivel diocesano, zonal o parroquial.

⇒ Organizar adecuadamente la formación de los catequistas, tanto en lo que concierne a la formación básica inicial como a la formación permanente.

⇒ Cuidar la atención personal y espiritual de los catequistas y del grupo de catequistas como tal. Esta acción compete, principal y fundamentalmente, a los sacerdotes de las respectivas comunidades cristianas.

⇒ Coordinar a los catequistas con los demás agentes de pastoral en las comunidades cristianas, a fin de que la acción evangelizadora global sea coherente y el grupo de catequistas no quede aislado de la vida de la comunidad (DGC 233).

 

I. Vocación del catequista

En la Iglesia, el Espíritu Santo llama por su nombre a cada bautizado a dar su aportación al advenimiento del Reino de Dios. En el estado laical se dan varias vocaciones, es decir, distintos caminos espirituales y apostólicos en los que están involucrados cada uno de los fieles y los grupos. En el cauce de una vocación laical común florecen vocaciones laicales particulares (GC 2).

La vocación del laico para la catequesis brota del sacramento del Bautismo, es robustecida por el sacramento de la Confirmación, gracias a los cuales participa de la «misión sacerdotal, profética y real de Cristo». Además de la vocación común al apostolado, algunos laicos se sienten llamados interiormente por Dios para asumir la tarea de ser catequistas. La Iglesia suscita y discierne esta llamada divina y les confiere la misión de catequizar. El Señor Jesús invita así, de una forma especial, a hombres y mujeres, a seguirle precisamente en cuanto maestro y formador de discípulos. Esta llamada personal de Jesucristo, y la relación con El, son el verdadero motor de la acción del catequista. «De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de evangelizar, y de llevar a otros al “sí” de la fe en Jesucristo» (DGC 231).

La vocación del laico para la catequesis, “además de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, es, pues, un llamamiento específico del Espíritu, es decir, un “carisma particular reconocido por la Iglesia” hecho explícito por el mandato del Obispo. Es importante que el candidato a catequista capte el sentido sobrenatural y eclesial de ese llamamiento, para que pueda responder con coherencia y decisión como el Verbo eterno: “He aquí que vengo” (Hb 10,7), o como el profeta: “Heme aquí, envíame” (Is 6,8) (GC 2).

 El ser catequista es una vocación laical particular. No es algo que se elige y se decide ser, sino es un llamado de Jesús y de la Iglesia, una vocación, un  carisma del Espíritu Santo que, lógicamente, necesita ser escuchado y descubierto, necesita una respuesta en obediencia de la fe  de aquel o aquella a quien va dirigido.

! ¡“Ser” catequistas! No trabajar como catequistas, ¡eh! ¡Eso no sirve! Yo trabajo como catequista porque me gusta enseñar… pero tú no eres catequista, ¡no sirve! ¡No serás fecundo! ¡No serás fecunda! Catequista es una vocación: “ser catequista”, esa es la vocación; no trabajar como catequista. Entiendan bien, no he dicho “hacer” el catequista, sino “serlo”, porque envuelve la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio (CISC, a)

De hecho, «ser» catequista es una vocación de servicio en la Iglesia, lo que se ha recibido como don de parte del Señor debe a su vez transmitirs. De aquí que el catequista deba volver constantemente a aquel primer anuncio o «kerygma» que es el don que le cambió la vida. Es el anuncio fundamental que debe resonar una y otra vez en la vida del cristiano, y más aún en aquel que está llamado a anunciar y enseñar la fe (SIC, c).

Por lo tanto, el ser catequista es una vocación laical particular. No es algo que se elige y se decide ser, sino es un llamado de Jesús y de la Iglesia, una vocación, un  carisma del Espíritu Santo que, lógicamente, necesita ser escuchado y descubierto, necesita una respuesta en obediencia de la fe  de aquel o aquella a quien va dirigido.

Es necesario, entonces, como primer paso fundamental promocionar un pastoral vocacional catequética a nivel de todas las parroquias y comunidades cristianas de la Iglesia Particular.

Suscitar en las parroquias y comunidades cristianas vocaciones para la catequesis. En los tiempos actuales, en los que las necesidades de catequización son cada vez más diferenciadas, hay que promover diferentes tipos de catequistas (DGC 233).

 

II. Identidad del catequista

¿Cómo podemos definir al catequista? ¿Quién es el catequista?

El decreto Ad Gentes divinitus del Concilio Vaticano II define a los catequistas como “esa legión tan benemérita de la obra de las misiones entre los gentiles… hombres y mujeres, que, llenos de espíritu Apostólico, presentan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la Iglesia (AG 17a).

El Código de Derecho Canónico los define como “fieles laicos debidamente instruidos y que se destaquen por su vida cristiana, los cuales, bajo la dirección de un misionero, se dediquen a explicar la doctrina evangélica y a organizar los actos litúrgicos y las obras de caridad” (CDC. 85,1)

Los catequistas son agentes especializados, testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan las fuerzas básicas de las comunidades cristianas especialmente en las Iglesias jóvenes (RM 73).

  En particular podemos decir que “El catequista es un laico especialmente encargado por la Iglesia, según las necesidades locales, para hacer conocer, amar y seguir a Cristo por aquellos que todavía no lo conocen y por los mismos fieles”(GC 3).

La condición propia del laico es secular, con el “deber específico, cada uno según su propia condición, de animar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares”( GC 3)..

El catequista es un bautizado que, en fidelidad a su vocación, busca continuamente ser maduro humana y cristianamente, consciente de haber sido llamado por la gracia del Padre al seguimiento de Jesús en el discipulado, junto a otros hermanos, en la comunidad de la Iglesia, enriquecido por el Espíritu para una misión específica: ser servidor de la palabra, al servicio del Reino y para la vida del mundo (III, semana Lat. Am. de catequesis, 74)

El catequista “Es el que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás…El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad. Hablar y transmitir todo lo que Dios ha revelado, es decir, la doctrina en su totalidad, sin quitar ni añadir nada. El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida.  El catequista es un hombre de la memoria de Dios si tiene una relación constante y vital con él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de Dios y pone en él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a todos como hermanos; si es hombre de «hypomoné», de paciencia, de perseverancia, que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y misericordia (HJC 1-3)

Es oportuno, sin embargo, recordar una precisación. Así como a los otros fieles, también al catequista se pueden confiar, según las normas canónicas, algunos cometidos conexos al sagrado ministerio, que no requieren el carácter de la Ordenación. El desempeño de tales funciones, en calidad de suplente, no hace del catequista un pastor, en cuanto su legitimación deriva directamente de la delegación oficial dada por los Pastores. Conviene, -también-  tener presente: “El catequista no es un mero suplente del sacerdote, sino que es, de derecho, un testigo de Cristo en la comunidad a la que pertenece” (GC 3).

 

III. IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS

En una adecuada pastoral de catequistas, se debe dar “prioridad e importancia a la formación de los catequistas. “Cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad. Los instrumentos de trabajo no pueden ser verdaderamente eficaces si no son utilizados por catequistas bien formados. Por tanto, la adecuada formación de los catequistas no puede ser descuidada en favor de la renovación de los textos y de una mejor organización de la catequesis” (DGC 234).

Se  ha de dar preferencia absoluta a la calidad. El problema común, reconocido como tal parece ser la escasez de individuos con una preparación adecuada. El objetivo inmediato y prioritario para todos ha de ser, por tanto, la persona del catequista. Esto tendrá consecuencias prácticas en los criterios de elección, en el proceso de formación, en el cuidado y atención al catequista. Las palabras del Santo Padre son muy claras: “Para un servicio evangélico tan fundamental se necesitan numerosos operarios. Pero, sin descuidar el número, hay que procurar con todo empeño sobretodo la calidad del catequista” (GC 5).

El Magisterio de la Iglesia reclama continuamente y con convicción, la necesidad de la preparación del catequista, porque cualquier actividad apostólica “que no se apoye en personas verdaderamente formadas, está condenada al fracaso” (GC 19).

En nuestros días, el oficio de los catequistas tiene una importancia extraordinaria,… su formación, por consiguiente, debe realizarse y acomodarse al progreso cultural, de forma que puedan desarrollar lo mejor posible su cometido, agravado con nuevas y mayores obligaciones, como cooperadores eficaces del orden sacerdotal (AG 17).

La pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prioridad a la formación de los catequistas laicos. Junto a ello, y como elemento realmente decisivo, se deberá cuidar al máximo la formación catequética de los presbíteros, tanto en los planes de estudio de los seminarios como en la formación permanente (DGC 234).

Es tan importante y necesaria la formación de los catequistas que el Concilio Vaticano II pide a los obispos como primeros responsables de la pastoral catequética de la Iglesia particular que,  “cuiden también de que los catequistas se preparen de la debida forma para su función, de suerte que conozcan  con claridad la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las leyes psicológicas y las disciplinas pedagógicas (CD 14).

El Código de Derecho Canónico pide a los Ordinarios del lugar que cuiden que los catequistas se preparen debidamente para cumplir bien su tarea, es decir, que se les dé una formación permanente, y que ellos mismos conozcan bien la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las normas propias de las disciplinas pedagógicas (CDC 780).

 

IV. FINALIDAD DE LA FORMACIÓN LOS CATEQUISTAS

La formación trata de capacitar a los catequistas para transmitir el Evangelio a los que desean seguir a Jesucristo. La finalidad de la formación busca, por tanto, que el catequista sea lo más apto posible para realizar un acto de comunicación: « La cima y el centro de la formación de catequistas es la aptitud y habilidad de comunicar el mensaje evangélico » (DGC 235)

La finalidad cristocéntrica de la catequesis, que busca propiciar la comunión con Jesucristo en el convertido, impregna toda la formación de los catequistas. Lo que ésta persigue, en efecto, no es otra cosa que lograr que el catequista pueda animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas: anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la Historia de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros; y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación (DGC 235)

El hecho de que la formación busque capacitar al catequista para transmitir el Evangelio en nombre de la Iglesia confiere a toda la formación una naturaleza eclesial. La formación de los catequistas no es otra cosa que un ayudar a éstos a sumergirse en la conciencia viva que la Iglesia tiene hoy del Evangelio, capacitándoles así para transmitirlo en su nombre (DGC 236)

 

V. CRITERIOS INSPIRADORES DE LA FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS

El Directorio General para la Catequesis dice que, “para concebir de manera adecuada la formación de los catequistas hay que tener en cuenta, previamente, una serie de criterios inspiradores que configuran con diferentes acentos dicha formación:

– Se trata, ante todo, de formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico con sus valores, sus desafíos y sus sombras. Para responder a él se necesitan catequistas dotados de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social.

–Se trata de formar a los catequistas para que puedan impartir no sólo una enseñanza sino una formación cristiana integral, desarrollando tareas de « iniciación, de educación y de enseñanza ». Se necesitan catequistas que sean, a un tiempo, maestros, educadores y testigos.

– El momento catequético que vive la Iglesia invita, también, a preparar catequistas integradores, que sepan superar « tendencias unilaterales divergentes » y ofrecer una catequesis plena y completa.

– La formación de los catequistas laicos no puede ignorar el carácter propio del laico en la Iglesia y no debe ser concebida como mera síntesis de la formación propia de los sacerdotes o de los religiosos.

– Finalmente, la pedagogía utilizada en esta formación tiene una importancia fundamental. Como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía propia de un proceso catequético. (DGC 237)

–Además, “Se trata de formar catequistas con un conocimiento básico y una visión amplia de las condiciones sico-sociologicas del medio humano en el que han de trabajar, así como de las religiones primitivas, en algunos lugares (DM 8.I.13)

 

VI. DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS   

a. Global y específica.

Global, es decir, que abarque todas las dimensiones de su personalidad, sin descuidar ninguna.

Específica, es decir ordenada al servicio peculiar que ha de llevar a cabo: anunciar la Palabra a los distantes y a los cercanos, guiar a la comunidad, animar y, cuando sea necesario, presidir el encuentro de oración, asistir a los hermanos en las diversas necesidades espirituales y materiales. Todo esto lo confirmó el Papa Juan Pablo II: “Cuidar con especial solicitud la calidad significa, pues, procurar con preferencia una formación básica adecuada y una actualización constante. Se trata de una labor fundamental para asegurar a la misión de la Iglesia, personal calificado, programas completos y estructuras adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la formación, de la humana a la espiritual, doctrinal, apostólica y profesional”  (GC 19)

 

b. El ser, el saber, el saber hacer

La formación de los catequistas comprende varias dimensiones. La más profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y cristiana. La formación, en efecto, le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol. Después está lo que el catequista debe saber para desempeñar bien su tarea. Esta dimensión, penetrada de la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que vive. Finalmente, está la dimensión del saber hacer, ya que la catequesis es un acto de comunicación. La formación tiende a hacer del catequista un educador del hombre y de la vida del hombre (DGC 238).

La formación en el ser tiene la prioridad sobre el saber y el hacer. Antes de hacer catequesis, debe ser catequista.

 

c. Formación humana

Desde la elección, es importante poner cuidado en que el candidato posea un mínimo de cualidades humanas básicas, y muestre aptitud para un crecimiento progresivo. El objetivo, en este ámbito, es que el catequista sea una persona humanamente madura e idónea para una tarea responsable y comunitaria GC 21).

Se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo, la esfera propiamente humana, con todo lo que ella implica: equilibro psico-físico, buena salud, responsabilidad, honradez, dinamismo; ética profesional y familiar; espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc. Además, la idoneidad para desempeñar las funciones de catequista: facilidad de relaciones humanas, de diálogo con las diversas creencias religiosas y con la propia cultura; idoneidad de comunicación, disposición para colaborar; función de guía; serenidad de juicio; comprensión y realismo; capacidad para consolar y de hacer recobrar la esperanza, etc. En fin, algunas dotes características para afrontar situaciones o ambientes  particulares: ser artífices de paz; idóneos para el compromiso de promoción, de desarrollo, de animación socio-cultural; sensibles a los problemas de la justicia, de la salud, etc. (GC 21)

Además, “el ejercicio de la catequesis, constantemente discernido y evaluado, permitirá al catequista crecer en equilibrio afectivo, en sentido crítico, en unidad interior, en capacidad de relación y de diálogo, en espíritu constructivo y en trabajo de equipo.  Se procurará, sobre todo, hacerle crecer en el respeto y amor hacia los catecúmenos y catequizandos” (DGC 239).

Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una personalidad madura y completa, ideal para un catequista (Cf GC 21)

 

d. Formación espiritual

La formación espiritual de los catequistas los debe llevar a que forjen su propia espiritualidad  que tiene como meta, “una nueva y especial exigencia, una llamada a la santidad. La feliz expresión del Sumo Pontífice Juan Pablo II: ‘el verdadero misionero es el santo’ puede aplicarse ciertamente al catequista. Como todo fiel, el catequista ‘está llamado a la santidad y a la misión’, es decir, a realizar su propia vocación ‘con el fervor de los santos’. La espiritualidad del catequista está ligada estrechamente a su condición de cristiano’ y de ‘laico’, hecho partícipe, en su propia medida, del oficio profético, sacerdotal y real de Cristo” (GC 6). .

La misión de educador en la fe requiere en el catequista una intensa vida espiritual. Este es el aspecto culminante y más valioso de su personalidad y, por tanto, la dimensión preferente de su formación…  La vida espiritual del catequista se centra en una profunda comunión de fe y amor con la persona de Jesús que lo ha llamado y lo envía. La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es una intensa vida sacramental y de oración (GC 22).

La formación cuidará, al mismo tiempo, que el ejercicio de la catequesis alimente y nutra la fe del catequista, haciéndole crecer como creyente. Por eso, la verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista, de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida (DGC 239).

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos en el año 1993 promulgo el documento  “Guía para los catequistas” en la que se tratan de manera sistemática y existencial, los aspectos principales de la espiritualidad de los catequistas, que a continuación  resumimos:

Cuando el catequista está casado, la vida matrimonial forma parte de su espiritualidad. Como afirma justamente el Papa: “Los catequistas casados tienen la obligación de testimoniar con coherencia el valor cristiano del matrimonio, viviendo el sacramento en plena fidelidad y educando con responsabilidad a sus hijos”(GC 6).

Se trata, pues, de una espiritualidad arraigada en la Palabra viva, con dimensión Trinitaria, como la salvación y la misión universal. Eso implica una actitud interior coherente, que consiste en participar en el amor del Padre, que quiere que todos los hombres lleguen a conocer la verdad y se salven (cf. 1Tim 2,4); en realizar la comunión con Cristo, compartir sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,5), y vivir, como Pablo, la experiencia de su continua presencia alentadora: “No tengas miedo (…) porque yo estoy contigo” (Hch 18,9-10); en dejarse plasmar por el Espíritu…  (GC 7).

Apertura a la Iglesia, de la cual el catequista es miembro vivo que contribuye a construirla y por la cual es enviado… Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del catequista un sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser miembro vivo y activo de ella…. La apertura a la Iglesia se manifiesta en el amor filial a ella, en la consagración a su servicio y en la capacidad de sufrir por su causa. Se manifiesta especialmente en la adhesión y obediencia al Romano Pontífice, centro de unidad y vínculo de comunión universal, y también al propio Obispo, padre y guía de la Iglesia particular (GC 7).

Apertura misionera al mundo. El catequista tendrá, pues, un sentido de apertura y de atención a las necesidades del mundo, al que se sabe enviado constantemente y que es su campo de trabajo, aún sin pertenecer del todo a él (cf. Jn 17,14-21). El sentido de apertura al mundo caracteriza la espiritualidad del catequista en virtud de la “caridad apostólica”, la misma de Jesús, Buen Pastor, que vino para “reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). El catequista ha de ser, pues, el hombre de la caridad que se acerca a los hermanos para anunciarles que Dios los ama y los salva, junto con toda la familia de los hombres (GC 7).

Coherencia y autenticidad de vida. La tarea del catequista compromete toda su persona. Ha de aparecer evidente que el catequista, antes de anunciar la Palabra, la hace suya y la vive. “El mundo (…) exige evangelizadores que hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible”… La autenticidad de vida se expresa a través de la oración, la experiencia de Dios, la fidelidad a la acción del Espíritu Santo. Ello implica una intensidad y un orden interior y exterior, aunque adaptándose a las distintas situaciones personales y familiares de cada uno… Cuanto más verdadera e intensa sea su vida espiritual, tanto más evidente será su testimonio y más eficaz su actividad… Es importante, asimismo, que el catequista crezca interiormente en la paz y en la alegría de Cristo, para ser el hombre de la esperanza, del valor, que tiende hacia lo esencial (cf. Rm 12,12) (8).

Ardor misionero. El espíritu misionero requiere, en fin, que el Catequista imprima, en lo más íntimo de su ser, el signo de la autenticidad; la cruz gloriosa. El Cristo que el catequista ha aprendido a conocer, es el “crucificado” (cf 1Co 2,2); el que él anuncia es también el “Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (1Co 1,23), que el Padre ha resucitado de los muertos al tercer día (cf Hch 10,40). El catequista, por consiguiente, deberá saber vivir el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, con esperanza,…, en el deseo de seguir el mismo camino que recorrió el Señor: “completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (9).

La espiritualidad del catequista, como la de todo cristiano y, especialmente, la de todo apóstol, debe estar enriquecida por un profundo espíritu mariano. Antes de explicar a los demás la figura de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, el catequista debe vivir su presencia en lo más íntimo de sí mismo y manifestar, con la comunidad, una sincera piedad mariana (GC 10)

 

e. Formación intelectual-doctrinal

Es evidente la necesidad de una preparación doctrinal de los catequistas, para que puedan conocer a fondo el contenido esencial de la doctrina cristiana y comunicarlo luego de modo claro y vital, sin lagunas o desviaciones (GC 23).

La dimensión intelectual de la formación se presenta, pues, como algo muy exigente, y requiere personal cualificado, estructuras y medios económicos. Se trata de un desafío que hay que afrontar y superar con valor, sano realismo y una programación inteligente, ya que es éste uno de los sectores más deficientes en el momento actual (GC 23).

Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como una lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16) Para ello, debe ser el primero en sentirse gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm 12,12); teniendo el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos de la doctrina eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitirse nunca perturbar las conciencias, sobre todo de los jóvenes, con teorías “más propias para suscitar problemas inútiles que para secundar el plan de Dios, fundado en la fe” (1Tm 1,4). (GC 23).

 

f. Formación  pastoral.

 La dimensión pastoral de la formación se refiere al ejercicio de la triple función: profética, sacerdotal y real del laico bautizado. Por eso hay que iniciar al catequista en su tarea: anuncio del Evangelio, catequesis, ayuda a los hermanos para que vivan su fe y rindan culto a Dios, y presten los servicios pastorales en la comunidad… Las aspectos principales en los que se debe educar a los candidatos son: el espíritu de responsabilidad pastoral y la leadership; el servicio; el dinamismo la generosidad en y la creatividad; la comunión eclesial y la obediencia a los Pastores… En particular se asegure a los catequistas la preparación pastoral sacramental, de manera que puedan a ayudar a los fieles comprender mejor el sentido religioso de los signos y acercarse con confianza a estas fuentes perennes de vida sobrenatural (GC 24).

Este tipo de formación requiere el conocimiento y familiaridad con el Plan Pastoral de la Iglesia Particular.

 

g. Formación apostólica

La formación, también, alimentará constantemente la conciencia apostólica del catequista, su sentido evangelizador. Para ello ha de conocer y vivir el proyecto de evangelización concreto de su Iglesia diocesana y el de su parroquia, a fin de sintonizar con la conciencia que la Iglesia particular tiene de su propia misión. La mejor forma de alimentar esta conciencia apostólica es identificarse con la figura de Jesucristo, maestro y formador de discípulos, tratando de hacer suyo el celo por el Reino que Jesús manifestó (DGC 239).

 

h. Formar catequistas con dimensión catecúmenal

Para formar discípulos y misioneros la catequesis necesita hoy de un proceso que inicie verdaderamente a las personas en el misterio de Dios, o sea, un modelo catecumenal, y un cambio de paradigmas que tiene tanta influencia sobre la catequesis como en toda la acción de la Iglesia Local.

Este modelo implica una educación en la fe que lleve a un encuentro vivo con Jesucristo a través del testimonio del catequista y de la comunidad, de la lectura orante de la Palabra de Dios, de la experiencia litúrgica y de la profundización en la doctrina evangélica con la Biblia como texto por excelencia de la educación en la fe, superando la catequesis como mera enseñanza y transformándola más en mistagógica que conduzca a la interiorización del misterio, valiéndose del lenguaje de los símbolos, de los ritos y de las celebraciones23.

La propia formación de los catequistas ha de ser conducida por este modelo catecumenal para que, una vez convertidos y evangelizados, se conviertan ellos mismos en discípulos y misioneros. Esta formación en el proceso de la experiencia catecumenal se verá enriquecida si los mismos catequistas conocen y aprenden la estructura pastoral del RICA, y lo asumen como un proceso de Iniciación Cristiana integral que comienza desde el anuncio kerigmático y la conversión, conduce a la vida comunitaria, a la Eucaristía en la comunidad adulta y a la acción de presencia y transformación en el mundo (IIISLAC 71-73)

 

i. Formación Misionera.

La dimensión misionera está estrictamente vinculada a la identidad misma del catequista y caracteriza todas sus actividades apostólicas. Por eso se le debe cuidar con esmero en la formación, procurando asegurar a cada catequista una buena iniciación teórica y práctica que le capacite, como cristiano laico, a recorrer las etapas progresivas que son propias de la actividad misionera

Recordando el pensamiento ya citado de Juan Pablo II, cuando los catequistas se forman bien en el espíritu misionero se hacen animadores misioneros de su propia comunidad eclesial e impulsan fuertemente la evangelización de los no cristianos, prontos a que sus Pastores los envíen fuera de la propia Iglesia o país.

 

j. La formación pedagógica

Junto a las dimensiones que conciernen al ser y al saber, la formación de los catequistas, ha de cultivar también la del saber hacer. El catequista es un educador que facilita la maduración de la fe que el catecúmeno o el catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo.

Lo primero que hay que tener en cuenta en este decisivo aspecto de la formación es respetar la pedagogía original de la fe. En efecto, el catequista se prepara para facilitar el crecimiento de una experiencia de fe de la que él no es dueño. Ha sido depositada por Dios en el corazón del hombre y de la mujer. La tarea del catequista es solo cultivar ese don, ofrecerlo, alimentarlo y ayudarlo a crecer.

La formación tratará de que madure en el catequista la capacidad educativa, que implica: la facultad de atención a las personas, la habilidad para interpretar y responder a la demanda educativa, la iniciativa de activar procesos de aprendizaje y el arte de conducir a un grupo humano hacia la madurez. Como en todo arte, lo más importante es que el catequista adquiera su estilo propio de dar catequesis, acomodando a su propia personalidad (DGC 244).

 

k. Formación permanente.

La formación permanente asume características particulares según las distintas situaciones: al comienzo de la actividad apostólica, es una introducción al servicio, necesaria a todo catequista, y consiste en instrucciones doctrinales y en experiencias prácticas dirigidas. Durante el ejercicio del ministerio, la formación permanente es una renovación continua para mantenerse preparados para la diversas tareas, que incluso pueden cambiar. Así se garantiza la calidad de los catequistas, evitando el desgaste y rutina con el pasar del tiempo. En algunos casos de especial dificultad, de cansancio, de cambio de lugar o de ocupación, etc., la formación permanente ayuda al catequista a madurar el criterio, y a recobrar el fervor y dinamismo iniciales.

La formación permanente de los catequistas sigue siendo un imperativo indiscutible. Los esfuerzos que los responsables están realizando con este objeto deben ser respaldados. Hay que tratar de crear en todas partes, una organización suficiente y emprender iniciativas concretas, para que ningún catequista se vea privado de una mejoría constante.

Las iniciativas aisladas no son suficientes para la formación permanente. Se precisan programas orgánicos que prevean una renovación cíclica sobre los distintos aspectos de la personalidad del catequista. No se olvide que el catequista ha de permanecer enraizado en su comunidad para recibir la formación permanente en su propio contexto y junto con los demás fieles.

Además de las iniciativas organizadas, la formación permanente está confiada a los mismos interesados. Todo catequista, por tanto, deberá hacerse cargo de su propio y continuo progreso, mediante el mayor empeño posible, persuadido de que nadie puede reemplazarle en su responsabilidad primaria (GC 29).

 

VII. CONTENIDO DE LA FORMACIÓN DOCTRINAL DE LOS CATEQUISTAS

Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro completo de formación teológico-doctrinal, antropológica y metodológica, tal como se presenta en el Directorio Catequístico General publicado por la Congregación para el Clero en 1971 (GC 23).

En virtud del fin propio de la actividad misionera, los elementos fundamentales de la formación doctrinal del catequista serán la Teología Trinitaria, la Cristología y la Eclesiología, consideradas en una síntesis global, sistemática y progresiva del mensaje cristiano (GC 23).

La Sagrada Escritura deberá seguir siendo la materia principal de enseñanza y constituir el alma de todo el estudio teológico. Esta ha de intensificarse cuando sea necesario. Habrá que estructurar, entorno a la Sagrada Escritura, un programa que incluya las principales ramas de la teología. Se tenga presente que el catequista tiene que ser formado en la pastoral bíblica, también en previsión de la confrontación con las confesiones no católicas y con las sectas que recurren a la Biblia de modo no siempre correcto (GC 23).

Además de testigo, el catequista debe ser maestro que enseña la fe. Una formación bíblico-teológica adecuada le proporcionará un conocimiento orgánico del mensaje cristiano, articulado en torno al misterio central de la fe que es Jesucristo (DGC 240).

El contenido de esta formación doctrinal viene pedido por los elementos inherentes a todo proceso orgánico de catequesis:

– las tres grandes etapas de la Historia de la salvación: Antiguo Testamento, vida de Jesucristo e historia de la Iglesia;

– los grandes núcleos del mensaje cristiano: Símbolo, liturgia, moral y oración.

En el nivel propio de una enseñanza teológica, el contenido doctrinal de la formación de un catequista es el mismo que el que la catequesis debe transmitir. El Catecismo de la Iglesia Católica, será referencia doctrinal fundamental de toda la formación, juntamente con el Catecismo de la propia Iglesia particular o local (DGC 240).

 

Esta formación bíblico-teológica debe reunir algunas cualidades:

a) En primer lugar, es preciso que sea una formación de carácter sintético, que corresponda al anuncio que se ha de transmitir, y donde los diferentes elementos de la fe cristiana aparezcan, trabados y unidos, en una visión orgánica que respete la « jerarquía de verdades ».

b) Esta síntesis de fe ha de ser tal que ayude al catequista a madurar en su propia fe, al tiempo que le capacite para dar razón de la esperanza en un tiempo de misión: « Se revela hoy cada vez más urgente la formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo por el natural dinamismo de la profundización de su fe, sino también por la exigencia de dar razón de la esperanza que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas ».

c) Debe ser una formación teológica muy cercana a la experiencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cristiano con la vida concreta de los hombres y mujeres, « ya sea para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio ». De alguna forma, y manteniéndose como enseñanza teológica, debe adoptar un talante catequético.

d) Finalmente ha de ser tal que el catequista « pueda no sólo transmitir con exactitud el mensaje evangélico, sino también capacitar a los mismos catequizandos para recibir ese mensaje de manera activa y poder discernir lo que, en su vida espiritual, es conforme a la fe » (DGC 241).

También la Misiología ha de enseñarse a los catequistas, al menos en sus elementos basilares, para garantizarles este aspecto esencial de su vocación.

– el catequista necesita profundizar convenientemente el estudio de la Liturgia.

–dar mayor relieve a algunos temas de estudio; por ejemplo, la doctrina, las creencias de los ritos principales de las otras religiones o las variantes teológicas de las Iglesias y de las comunidades eclesiales no católicas presentes en la región.

–Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual del catequista un mayor arraigo y actualización, como:

La inculturación del Cristianismo en una cultura determinada;

La promoción humana y de la justicia en una especial situación socio-económica;

El conocimiento de la historia del país, de las prácticas religiosas, del idioma, de los problemas y necesidades del ambiente al que ha sido destinado el catequista.

Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente que, en las misiones, muchos catequistas trabajan también en distintos campos de la pastoral, y que casi todos están en contacto con seguidores de otras religiones. Por eso hay que iniciarlos no sólo en la enseñanza de la catequesis, sino también en todas aquellas actividades que forman parte del primer anuncio y de la vida de una comunidad eclesial.

Será importante,  así mismo, presentar a los catequistas contenidos relacionados con las nuevas situaciones que van surgiendo en el contexto de su vida. En los programas de estudio se deberán incluir también – partiendo de la realidad actual y de las previsiones para el futuro – materias que ayuden a afrontar fenómenos como la urbanización, la secularización, la industrialización, las migraciones, los cambios socio-políticos, etc.

– Actualmente hay que aprovechar la especial importancia que reviste, para la preparación doctrinal de los catequistas el Catecismo de la Iglesia Católica  (GC 23).

Las ciencias humanas en la formación de los catequistas. El catequista adquiere el conocimiento del hombre y de la realidad en la que vive por medio de las ciencias humanas, que han alcanzado en nuestros días un incremento extraordinario. « Hay que conocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe ». (DGC 242)

Es necesario que el catequista entre en contacto al menos con algunos elementos fundamentales de la psicología: los dinamismos psicológicos que mueven al hombre, la estructura de la personalidad, las necesidades y aspiraciones más hondas del corazón humano, la psicología evolutiva y las etapas del ciclo vital humano, la psicología religiosa y las experiencias que abren al hombre al misterio de lo sagrado… (DGC 242).

Las ciencias sociales proporcionan el conocimiento del contexto socio-cultural en que vive el hombre y que afecta decisivamente a su vida. Por eso es necesario que en la formación de los catequistas se haga « un análisis de las condiciones sociológicas, culturales y económicas, en tanto que estos datos de la vida colectiva pueden tener una gran influencia en el proceso de la evangelización ». Junto a estas ciencias recomendadas explícitamente por el Concilio Vaticano II, otras ciencias han de estar presentes, de un modo u otro, en la formación de los catequistas, especialmente las ciencias de la educación y ciencias de la comunicación (DGC 242).

La formación pedagógica. Junto a las dimensiones que conciernen al ser y al saber, la formación de los catequistas, ha de cultivar también la del saber hacer. El catequista es un educador que facilita la maduración de la fe que el catecúmeno o el catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo.

Lo primero que hay que tener en cuenta en este decisivo aspecto de la formación es respetar la pedagogía original de la fe. En efecto, el catequista se prepara para facilitar el crecimiento de una experiencia de fe de la que él no es dueño… La formación tratará de que madure en el catequista la capacidad educativa, que implica: la facultad de atención a las personas, la habilidad para interpretar y responder a la demanda educativa, la iniciativa de activar procesos de aprendizaje y el arte de conducir a un grupo humano hacia la madurez (DGC 244).

Más en concreto: el catequista, particularmente el dedicado de modo más pleno a la catequesis, habrá de capacitarse para saber programar -en el grupo de catequistas- la acción educativa, ponderando las circunstancias, elaborando un plan realista y, después de realizarlo, evaluándolo críticamente. También ha de ser capaz de animar un grupo, sabiendo utilizar con discernimiento las técnicas de animación grupal que ofrece la psicología (DGC 244).

Esta capacidad educativa y este saber hacer, con los conocimientos, actitudes y técnicas que lleva consigo, « pueden adquirirse mejor, si se imparten al mismo tiempo que se realizan, por ejemplo durante las reuniones tenidas para preparar y revisar las sesiones de catequesis » (DGC 244).

El fin y la meta ideal es procurar que los catequistas se conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera asimilación de pautas externas (DGC 244).

Formación  pastoral. La dimensión pastoral de la formación se refiere al ejercicio de la triple función: profética, sacerdotal y real del laico bautizado. Por eso hay que iniciar al catequista en su tarea: anuncio del Evangelio, catequesis, ayuda a los hermanos para que vivan su fe y rindan culto a Dios, y presten los servicios pastorales en la comunidad (GC 23).

Este tipo de formación requiere instrucciones doctrinales explicando los principales campos apostólicos en los que un catequista puede actuar, de manera que conozca bien las necesidades y el modo de responder a ellas. Es necesario, asimismo, que se expliquen las características de los destinatarios: niños, adolescentes, jóvenes o adultos; estudiantes o trabajadores, bautizados o no; miembros de pequeñas comunidades o de movimientos; sanos o enfermos, ricos o pobres, etc., y las distintas maneras de dirigirse a ellos.

En particular se asegure a los catequistas la preparación pastoral sacramental, de manera que puedan a ayudar a los fieles comprender mejor el sentido religioso de los signos y acercarse con confianza a estas fuentes perennes de vida sobrenatural (GC 23).

La formación pastoral requiere, además, ejercicios prácticos, especialmente al principio, bajo la guía de maestros, del sacerdote, o de algún catequista experto (GC 23).

 

VIII. TIPOS DE CATEQUISTAS NECESARIOS

 

a.  Para la enseñanza de la doctrina cristiana

Según el Directorio General para la Catequesis del año 1997, establece diferentes tipos de catequistas que hoy son necesarios para la enseñanza de la doctrina cristiana en tierras de misión y en las Iglesias Particulares.

A saber:

– « Los catequistas de tierras de misión »,  a quienes se aplica por excelencia el título de catequista: « sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día florecientes ».

– Catequistas de la animación comunitaria de pequeñas poblaciones rurales, carentes de la presencia asidua del sacerdote; la conveniencia de una presencia y penetración misioneras « en las barriadas de las grandes metrópolis ».

– catequista de jóvenes y la del catequista de adultos se hacen imprescindibles para animar procesos de catequesis de iniciación. Estos catequistas deben atender también a la catequesis permanente.

– catequista de niños y adolescentes, con la delicada misión de inculcar « las primeras nociones de catequesis y preparar para los sacramentos de la Reconciliación, primera Comunión y Confirmación ».

– catequista para encuentros presacramentales, destinado al mundo de los adultos, con ocasión del Bautismo o de la primera Comunión de los hijos, o con motivo del sacramento del Matrimonio.

– Catequistas para personas en situaciones especiales: personas de la tercera edad, que necesitan una presentación del Evangelio adaptada a sus condiciones; las personas desadaptadas y discapacitadas, que necesitan una pedagogía catequética especial, junto a su plena integración en la comunidad; los emigrantes y las personas marginadas por la evolución moderna (Cf. DGC 232).

 

b. Según grados diversos de dedicación

Ð catequistas de tiempo parcial », que ordinariamente serán los más numerosos. A veces, el catequista sólo puede ejercer este servicio de la catequesis durante un período limitado de su vida, o incluso de modo meramente ocasional, aunque siempre como un servicio y una colaboración preciosa.

Ð catequistas a tiempo pleno, que puedan dedicarse a la catequesis de manera más intensa y estable, la importancia del ministerio de la catequesis aconseja que en la diócesis exista, ordinariamente, un cierto número de religiosos y laicos, estable y generosamente dedicados a la catequesis, reconocidos públicamente por la Iglesia, y que —en comunión con los sacerdotes y el Obispo— contribuyan a dar a este servicio diocesano la configuración eclesial que le es propia (Cf. DGC  231 233)

 

c. Según el grado de formación

–  catequistas principiantes quienes sintiendo el llamado de Dios a prestar el servicio de la catequesis se integran al proceso formativo catequético. Estos aspirantes a catequistas recibirán un curso básico inicial y acompañaran a los catequistas de base para poder ir teniendo la experiencia necesaria para luego, después de un tiempo prudencial, puedan enseñar la catequesis elemental.

–  los catequistas de base, es decir,  los que enseñan la catequesis elemental (DCG 112c). Y, por consiguiente, “reciben una formación catequética, orgánica y sistemática, de carácter básico y fundamental. Durante un tiempo suficientemente prolongado, se cultivan las dimensiones más específicamente catequéticas de la formación: el mensaje cristiano, el conocimiento del hombre y del contexto sociocultural y la pedagogía de la fe” (DGC 249).

–  responsables de catequesis en la parroquia, decanato o diócesis, que se van a dedicar más estable y plenamente a la catequesis (DGC 250). Se prevé que en todas partes serán necesarios al menos algunos catequistas profesionales, preparados en centros específicos que, bajo la dirección de los Pastores y en puestos claves de la organización catequística, deberán cuidar la preparación de las nuevas fuerzas, introducirlas y guiarlas en el desempeño de sus funciones (GC 5). En concreto esta clase de catequistas serán los responsables formación  de nuevos catequistas.

–  catequistas especializados, es decir, Catequistas dedicados directamente a la catequesis, porque las Iglesias jóvenes se desarrollan, multiplicando los servicios apostólicos laicales distintos del catequista. Entre éstos hay que destacar los que trabajan por la renovación cristiana en las comunidades de mayoría de bautizados, pero de escasa instrucción religiosa y vida de fe (GC 5).

 

IX. CENTROS DE FORMACIÓN CATEQUÉTICA

Hemos hablado acerca de la formación y la importancia de la formación de los catequistas en una iglesia particular. Ahora debemos considerar la necesidad de crear centros de formación para los catequistas. En dichos centros recibirán la formación catequética en diferentes fechas los catequistas principiantes,  los catequistas de base,  los catequistas responsables de la formación catequética y los catequistas especializados.

La asistencia a una Escuela de catequistas es un momento particularmente importante, dentro del proceso formativo de un catequista. En muchos lugares tales escuelas funcionan a un doble nivel: para « catequistas de base »  y para « responsables de catequesis » (DGC 248).

 

a. Escuelas de catequistas de base. Las  parroquias

Estas escuelas tienen la finalidad de proporcionar una formación catequética, orgánica y sistemática, de carácter básico y fundamental. Durante un tiempo suficientemente prolongado, se cultivan las dimensiones más específicamente catequéticas de la formación: el mensaje cristiano, el conocimiento del hombre y del contexto sociocultural y la pedagogía de la fe.

Las ventajas de esta formación orgánica son grandes y conciernen a:

– su sistematicidad, al tratarse de una formación menos absorbida por lo inmediato de la acción;

– su calidad, al contar con formadores especializados;

– su integración con catequistas de diferentes comunidades, que fomentan la comunión eclesial (DGC 249).

 

b. Escuelas para responsables de la formación de catequistas. Escuelas departamentales

A fin de favorecer la preparación de los responsables de la catequesis en parroquias o zonas, así como para aquellos catequistas que se van a dedicar más estable y plenamente a la catequesis, es conveniente a nivel diocesano… promover escuelas para responsables.

El nivel de estas escuelas será, obviamente, más exigente. Es frecuente que en ellas, junto a un tronco formativo común, se cultivarán aquellas especializaciones catequéticas que la diócesis juzgue particularmente necesarias en su circunstancia (DGC 250).

 

c. Centros superiores para peritos en catequesis. Escuelas diocesanas e interdiocesanas

Una formación catequética de nivel superior, a la que puedan acceder también sacerdotes, religiosos y laicos, es de una importancia vital para la catequesis. Por ello, se renueva el deseo de « fomentar o crear Institutos superiores de pastoral catequética con objeto de preparar catequistas idóneos para dirigir la catequesis a nivel diocesano o dentro de las actividades a las que se dedican las congregaciones religiosas… Aparte de formar a los que van a asumir responsabilidades directivas en la catequesis, estos Institutos prepararán también a los profesores de catequética para seminarios, casas de formación o escuelas de catequistas. Tales institutos se dedicarán, igualmente, a promover la correspondiente investigación catequética (DGC251).

Es muy conveniente, en el campo diocesano o interdiocesano, tomar conciencia de la necesidad de formar personas en este nivel superior, como se procura hacer para otras actividades eclesiales o para la enseñanza de otras disciplinas (DGC2 51).

 

X. CRITERIOS ESENCIALES DE ELECCIÓN PARA DESIGNAR CATEQUISTAS

a. Criterios humanos básicos

–  Pueden ser varones o mujeres

–  En cuanto a la edad, no menor de 16 años ni mayor de 70 años

–  En cuanto al nivel académico: saber leer y escribir

–  Que posea cierto equilibro psico-físico,

–  Que goce de buena salud,

–  Que sea responsable,

–  Que posea honradez, dinamismo;

–  ética profesional y familiar;

–  espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc.

–  facilidad de relaciones humanas,

–  capacidad de dialogo

–  disposición para colaborar;

–  función de guía;

–  serenidad de juicio;

–  comprensión y realismo;

–  capacidad para consolar y de hacer recobrar la esperanza, etc.

–  ser artífices de paz;

–  idóneos para el compromiso de promoción, de desarrollo, de animación  socio-cultural;

–  sensibles a los problemas de la justicia, de la salud, etc.

–  de buenas costumbre y sin problemas familiares

–  En resumen, que tenga todas las potencialidades humanas, morales y técnicas relacionadas con

    las funciones peculiares de un catequista

 

b. Criterios espirituales

– Que hayan recibido  los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Eucaristía y

   Confirmación

– Si son casados, deben estarlo por la Iglesia y su familia debe ser estable y ejemplar.

– Hombres y mujeres de fe  madura, que se manifiesta en su piedad y en el estilo de vida diaria;

– Que manifiesten su amor a Dios, a los hermanos y hermanas,  a la Iglesia

– Que participe en la Eucaristía dominical y cuando le sea posible entre semana.

– Que frecuente el sacramento de la penitencia

– Que sean hombres y mujeres de oración personal y comunitaria

– Que sean humildes y sencillos, dóciles, educados, pacientes, alegres, etc.

 

c. Criterios eclesiales

– Elegidos por el párroco

– Que el Obispo confirme la elección y le confiere la misión

– Que la comunidad participe presentado candidatos y de su valoración acerca de ellos

– Que el candidato manifieste obediencia efectiva y afectiva a su párroco y al Obispo

– Que vivan en comunión con los Pastores;

– Que tengan espíritu apostólico y la apertura misionera;

– En el servicio sean disponibles, generoso, sacrificados, etc.

– Que posea buena reputación en la comunidad, capacidad de buenas relaciones, etc.

 

d. Quienes no deben ser catequistas

Los que no están bautizados ni confirmados

Los dirigentes políticos

Los que ocupan cargos públicos

Líderes negativos que manejan y manipulan a la comunidad

Los que no cumplen sus obligaciones familiares y religiosas

Los que viven mal en su hogar

Los alcohólicos  continuos

Los pecadores públicos: Ejemplo, los que viven en fornicación, en adulterio, drogadicción, etc.

Los que practican actos religiosos contrarios a la fe cristiana católica.

Los que creen y practican obras satánicas

Los enemigos de la Iglesia

Los ávidos de honores, de privilegios, de primeros puestos, etc.

Los ávidos de riqueza quienes buscan el servicio como un medio de enriquecimiento

 

XI. CRITERIOS  DE ACCIÓN PARA LA ORGANIZACIÓN Y FORMACIÓN DE LOS CATEQUISTAS

 

Objetivo general

Establecer la pastoral catequética y de catequistas a nivel diocesano y parroquial con el fin de:

organizar e incentivar la formación catequética permanente a todo nivel,

hacer crecer y madurar la conversión y la fe iniciadas con el bautismo,

incentivar y promover la formación de catequistas a tiempo parcial y completo en el servicio de la catequesis y la construcción del Reino de Dios.

 

Objetivos Específicos.

1. Hacer consciencia en los pastores y los laicos de la importancia y la necesidad de la catequesis para que colaboren y participen en la conformación de la pastoral catequética a nivel diocesano y parroquial.

1.1 Establecer una comisión de pastoral catequética a nivel diocesano conformada por sacerdotes,  religiosas y laicos que trabajan en las distintas parroquias y en diversas tareas de la diócesis

1.2 dar nombramiento oficial al coordinador  diocesano de la comisión pastoral de catequesis por parte del Obispo

1.3 otorgar apoyo y colaboración al coordinador y la comisión para que puedan desenvolverse y realizar de una manera eficaz su misión.

1.4 elegir un sacerdote por decanato para que forme parte de la comisión diocesana de pastoral catequética y de catequistas

1.5  nombrar una religiosa por decanato, donde la hubiere que este dedicada a la formación catequética o enseñanza en colegios  para conformar la comisión diocesana de pastoral catequética y de catequistas.

1.6 nombrara dos catequista por decanato, los más idóneos(as),  para que forme parte de la comisión diocesana de pastoral catequética y de catequistas

1.7 La comisión diocesana de pastoral catequética y de catequistas se subdividirá en su servicios en dos comisiones una por cada departamento

1.8 se establecerá una reunión por cada departamento para organizar y formar equipos de catequistas por decanato

1.9 las reuniones de formación catequética se realizaran en principio por departamento para los catequistas formadores de catequistas y por parroquia para los catequistas de base

1.10 las reuniones extraordinarias y especiales se realizarán a nivel diocesano.

2. Promocionar  una adecuada pastoral de los catequistas en la diócesis para incentivar y promover catequistas santos, bien formados que respondan a las necesidades actuales de la formación catequética y a las realidades del tiempo presente

2.1.  Realizar un análisis de la situación de la acción catequética y de los catequistas en las diferentes parroquias de la diócesis por medio de una encuesta que se realizara con los párrocos  en una reunión de decanato.

2.2. Concientizar a los sacerdotes del aspecto vocacional del ser catequistas para que se involucren en la búsqueda y promoción de las vocaciones de catequistas.

2.3. Motivar a los sacerdotes, principalmente a los párrocos, para que traten bien a los catequistas, los aprecien, valoren sus atribuciones, respetan su responsabilidad, los corrijan fraternalmente y los apoyen económicamente, si fuese necesario y posible.

2.4. Promocionar la pastoral vocacional de catequistas en las parroquias y comunidades cristianas por medio de afiches, volantes, avisos después de la misa, anuncios por medio de las radios católicas de la diócesis.

2.5. Promover un número considerable de  catequistas de tiempo parcial »,  y catequistas a tiempo completo.

2.6. Promover y establecer la escuela de catequesis en cada parroquia de la diócesis

2.7. Incentivar a los catequistas dándoles la misión canónica por medio de un diploma y un carnet que les acredita como tales y por un tiempo determinado y renovable, al finalizar el proceso de formación básica

2.8. Que los catequistas hagan o renueven su profesión de fe y de fidelidad al terminar el curso de formación básica que durara tres años.

2.9. Imponer un símbolo cristiano que reflejo su servicio y misión a los catequistas en una celebración eucarística en su parroquia.

2.10. Establecer la jornada diocesana del catequista en la fiesta Santo Hermano Pedro de San José  Betancur, patrono de los catequistas.

3. Establecer de forma orgánica y sistemática  la formación de los catequistas, tanto en lo que concierne a la formación básica inicial como a la formación permanente

3.1.  hacer posible que todos los catequistas tengan el derecho de recibir la evangelización fundamental, es decir, el primer anuncio, la catequesis kerigmatica,  para que tocados de la gracia de Dios descubran más la figura de Cristo y así renueven sus fuerzas y su voluntad de seguir  entregándose y sirviéndole a Él en la formación de sus hermanos y hermanas

3.2. Procurar que todos los catequistas tanto los de años de servicio como los principiantes reciban la formación básica en el ser, saber h saber hacer.

3.3. Cuidar la atención personal y espiritual de los catequistas por medio de retiros, conferencias, subsidios de temas espirituales, dirección espiritual, recepción de los sacramentos y la oración personal y litúrgica.

3.4.  Crear folletos de formación catequética  a nivel diocesano con el contenido de la formación básica de las diferentes dimensiones para que a la vez sea recibida y enseñada.

 

XII. CALENDARIO Y CONTENIDO TEMATICO DE LA FORMACION  DE LOS CATEQUISTAS

 

1. RETIRO KERIGMATICO O DE EVANGELIZACION FUNDAMENTAL PARA CATEQUISTAS

Significado y finalidad de los retiros kerigmaticos

 

Urgencia del Primer anuncio

Con el Papa Pablo VI, “Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia”; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar (EN 14).

La evangelización —cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que viva de ella—, es una realidad rica, compleja y dinámica, que tiene elementos o, si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único movimiento (CT 18).

En el proceso de la Evangelización el Primer anuncio tiene la prioridad, “tienen una función central e insustituible, porque introduce en el misterio del amor de Dios, quien lo llama a iniciar una comunicación personal con él en Cristo” y abre la vía para la conversión. La fe nace del anuncio y toda la comunidad eclesial tiene su origen  y vida en la respuesta de cada fiel a este anuncio” (RM 44).

Más aun, “El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio mediante la fe” (RM 46). El primer anuncio lleno de ardor, transforma al hombre y lo lleva a la decisión de entregarse a Jesucristo por la fe (Cf. CT 25).

Aunque este primer anuncio va dirigido de modo específico a quienes nunca han escuchado la Buena Nueva de Jesús o a los niños, se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su infancia, y para otros muchos (EN 52).

Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. (EG 164).

El hecho de que la catequesis, en un primer momento, asuma estas tareas misioneras evangelizadora, no dispensa a una Iglesia particular de promover una intervención institucionalizada del primer anuncio, como la actuación más directa del mandato misionero de Jesús (DGC  62).

Mientras no haya una intervención institucionalizada del primer anuncio,  queremos brindar a los catequistas, y con ellos a muchos otros fieles,  la oportunidad de que reciban el primer anuncio,  para que puedan despertar el ardor de la fe que recibieron un día en el bautismo y reavivar el fuego del Espíritu Santo que debió comenzar a arder el día que recibieron la confirmación.

Es interesante darse cuenta que el primer anuncio  no ha tenido lugar para muchos fieles y  catequistas. Varios catequistas bautizados en su infancia y confirmados en su adolescencia, reciben catequesis y enseñan catequesis parroquial sin haber recibido el primer anuncio y sin tener todavía adhesión alguna explicita y personal  a Jesucristo (Cf. CT 19).

Por lo tanto, antes de iniciar la formación catequética a nivel diocesano vemos la necesidad de que de los catequistas reciban el retiro Kerigmatico o  catequesis kerigmatica  inicial para que puedan animarse, motivarse y renovarse en el servicio fundamental de la catequesis. Si algunos los catequistas han tenido la oportunidad y el privilegio de recibir algún retiro evangelizador pueden recibir este retiro con agradecimiento y aprovecharlo para  renovar su encuentro personal con Jesucristo vivo.