Cada 27 de enero la Iglesia celebra a Santa Ángela de Merici, fundadora de la Orden de Santa Úrsula, cuyas integrantes son conocidas como ‘ursulinas’, la primera orden religiosa dedicada enteramente a la educación de niñas y jóvenes mujeres.
De acuerdo al Papa Benedicto XVI, “en el Renacimiento, Santa Ángela de Mérici propone un camino de santidad también para quien vive en un ámbito laico”, lo que constituyó un importante paso en el camino de comprensión del papel de quienes no están llamados a la vida consagrada dentro de la Iglesia.
La ‘pequeña amiga’ de Santa Úrsula
Santa Ángela nació el 21 de marzo de 1474 en Desenzano del Garda, localidad cercana a Brescia, en el norte de Italia. Pasó su primera infancia en el campo, al lado de sus padres, unos sencillos agricultores que trabajaban en el valle.
Fue su padre, Giovanni Merici, quien gustaba contarle historias de la vida de los santos. Ángela lo disfrutaba muchísimo mientras empezaba, casi sin querer, a desarrollar un sentimiento de cercanía por quienes siguieron los pasos de Jesús. Con mucha naturalidad, la niña empezó a relacionarse con ellos a través de la oración. De ahí el vínculo cordial que tenía con Santa Úrsula, la doncella que murió martirizada en el siglo IV, a quien Ángela terminó profesando un gran cariño y devoción. A través de los santos, o gracias a ellos, en el corazón de Ángela iba naciendo el deseo de entregar la vida a Dios por completo.
Mística precoz
A los 10 años Ángela quedó huérfana. Unos tíos suyos, los Biancosi, se hicieron cargo de ella, su hermana mayor y su hermano. Como su tío era un personaje acaudalado, vivir en su casa representó para los tres niños un gran cambio, puesto que no tuvieron que pasar más necesidad.
Sin embargo, poco después, la hermana mayor moriría de manera intempestiva. Esto produjo una gran desazón en Ángela porque su hermana había muerto sin haber recibido los sacramentos. Grande sería el sufrimiento de la niña al no saber cuál había sido la suerte de su hermana frente a Dios.
En esas circunstancias, la santa se aferró a la intercesión de la Virgen María y a la figura de San Francisco de Asís. Se refugió por completo en la oración y en la práctica de la penitencia. En su corazón de niña, había brotado un deseo cada vez más grande de agradar a Dios y pedir su misericordia, en caso Él dispusiese conceder la salvación eterna a su hermana
Fue así como, cierto día, estando en oración, Ángela entró en éxtasis por primera vez. Rendida ante la presencia divina, tuvo una visión en la que la Virgen María le concedió ver a su hermana muerta. Inmenso fue su consuelo cuando la vio rodeada de los santos.
Terciaria franciscana
A los 13 años Ángela se hace terciaria franciscana. Previamente había hecho saber a sus tíos, quienes querían casarla, que ella deseaba permanecer virgen y ser religiosa.
“Si alguna persona, por su estado de vida, no puede vivir sin riquezas y posición, que al menos mantenga su corazón vacío del amor a estas” (Santa Ángela de Merici).
A la muerte de su tío, cuando tenía 20 años, Santa Ángela vuelve a su tierra natal, Desenzano, donde se dedica a asistir a los pobres y a catequizar a las niñas. Convierte su casa en una suerte de escuela, convencida de que la instrucción es la mejor ayuda para quienes poseen poco o nada, de que era la herramienta más adecuada para una vida feliz, ayudar a la Iglesia y, por supuesto, obtener la vida eterna.
Ángela no era religiosa en ese momento, como corresponde a todo miembro de una tercera orden, pero había encontrado un camino de entrega total al Señor y de servicio a sus hijos más necesitados. Sin duda, un maravilloso precedente, tal como lo señalaba el Papa Benedicto XVI.
En 1516, los franciscanos le pidieron a la santa que fuera a Brescia a acompañar a una mujer que había perdido a su esposo e hijos en la guerra, y que pasaba por una experiencia de tristeza indecible. Ángela permanece dos años con ella, ayudándola material y espiritualmente. Luego decide permanecer en esa ciudad, hasta que en 1524 parte a Jerusalén con un grupo de peregrinos que se sentían convocados por su testimonio de santidad. Estando de paso en Creta, sufre de una ceguera temporal, que la obliga a ser guiada a Tierra Santa, a donde logra llegar. Milagrosamente, durante el viaje de regreso recupera la vista.
Las ursulinas
En 1525, parte a Roma y se entrevista con el Papa Clemente VII, quien la invita a hacerse cargo de un grupo de enfermeras; Ángela rechaza la oferta: “Es en Brescia donde Dios me quiere”.
La santa le confiesa al Papa que había tenido una visión en la que unas doncellas ascendían al cielo en una escalera de luz. En la visión, las santas vírgenes estaban acompañadas por ángeles que tocaban dulces melodías. Todas portaban coronas con piedras preciosas. De pronto, la música cesó y Jesús la llamó por su nombre y le pidió que creara una sociedad de mujeres. De esta manera, el Santo Padre le otorgó el permiso para formar una comunidad de vida consagrada.
En una nueva visión, Santa Úrsula, su mayor inspiración, se le aparece a la santa y la nombra patrona de la fundación.