Cada 21 de enero la Iglesia Católica celebra a Santa Inés de Roma, patrona de las mujeres jóvenes, de las novias y de las prometidas en matrimonio, así como de los jardineros y de quienes aspiran a vivir la virtud de la pureza.
Inés, sinónimo de las cosas más bellas
Ya desde su sencillo y hermoso nombre, Santa Inés evoca virtud y grandeza.
El nombre “Inés” proviene del griego Ἁγνή (Hagnḗ), que significa “pura” o “santa”. De ahí llegará al italiano como “Agnese” y al francés como “Agnès“, de donde proviene el inglés “Agnes“.
Para enriquecer aún más la etimología del nombre, habrá que considerar el curso que tomó el término griego en su transliteración al latín: “Agnes” o “Inés” vienen de “agnus“, cordero, figura para representar al Mesías, tal y como se consigna en el Evangelio (cf. Jn 1,29).
El cordero, el más dócil entre los animales, es símbolo de cosas tan hermosas como la nobleza, la mansedumbre, la ternura, la pureza, el abrigo, la sencillez, la delicadeza. No en vano es figura de Cristo.
Esta riqueza simbólica se preserva de una manera especial en la liturgia, incluso de formas “silenciosas”. Por ejemplo, con la lana blanca del cordero se confecciona el “palio arzobispal”, ornamento distintivo de los arzobispos metropolitanos o del Romano Pontífice cuando presiden una celebración.
Virgen y mártir
De acuerdo a la tradición más conocida, Inés fue una hermosa joven romana que nació en el seno de una familia noble, se cree que alrededor del año 291. Desde muy temprana edad fue pretendida por muchos ricos e influyentes jóvenes patricios. Al haberlos rechazado uno a uno aduciendo estar comprometida con Cristo, fue denunciada por desacatar las órdenes del emperador ante las autoridades civiles.
Estas dispusieron, de inmediato, un execrable castigo -eran tiempos del cruel Diocleciano-, muy común para sancionar a las doncellas que querían mantenerse vírgenes: Inés sería llevada a un prostíbulo para ser ultrajada hasta doblegar su voluntad. Contra lo que esperaban los romanos, la joven pudo escapar, según la leyenda, ayudada por ángeles. Entonces, los secuaces del emperador organizaron su recaptura.
Al ser hallada, Inés entendió que lo que le esperaba inexorablemente era la muerte. Contaba solo 13 años.
Primero fue llevada encadenada a la hoguera, pero las llamas no le hicieron daño alguno. Luego, ante el portentoso fracaso de sus verdugos, se decidió concluir el trance de manera “expeditiva”: Inés moriría decapitada. Corría el año 304.